Luego de que el domingo pasado se llevaran a cabo elecciones locales en Coahuila, Estado de México, Nayarit y Veracruz, aún estamos lejos de concluir dichos procesos electorales –particularmente en los casos del Estado de México y Coahuila, en donde se espera que la decisión sobre el resultado pase a tribunales. Con todo, en los cincos días transcurridos desde entonces, ya son muchas las lecciones para partidos políticos de cara al magno proceso electoral de 2017-2018, el cual será el más grande y más complejo jamás organizado en nuestro país.
El PRI está debilitado, pero no muerto. Su impresionante maquinaria política y el acceso sin límite a recursos, le permitieron –si los cómputos distritales no indican otra cosa– obtener el triunfo en el Estado de México y jugarse un volado por la gubernatura de Coahuila, cuando más de uno consideraba que las condiciones estaban dadas para que perdiera de todas, todas. Un verdadero bálsamo para sus aspiraciones de tratar de conservar la presidencia de la República el próximo año, pero con un costo altísimo. Baste con ver que Del Mazo ganó aproximadamente con la mitad de votos con que lo hizo Eruviel Ávila en 2011 –algo así como un millón de votos menos, transferidos principalmente a Morena. Por lo pronto, un respiro para los priistas.
En el del PAN, por otro lado, se vienen momentos muy difíciles. Al tiempo que su dirigente nacional, Ricardo Anaya, anunciaba airadamente el triunfo en 3 de las 4 elecciones, Margarita Zavala lo señalaba como el principal culpable de la estrepitosa derrota en el Estado de México. Efectivamente el cuarto lugar de Josefina Vázquez Mota en la elección mexiquense parece ser estrepitoso, pero siendo objetivos, no le fue peor que a Luis Felipe Bravo Mena hace seis años, al menos en cuanto a número de votos obtenidos. Además, obtuvieron una victoria arrolladora en Nayarit –de mano del PRD–, arrasaron en Veracruz –también de mano del PRD– y Coahuila, pues, pende de un hilo. Pero lo que no queda duda es que la batalla por la candidatura presidencial será a muerte. Ojalá que los principales aspirantes a la candidatura presidencial no pierdan de vista que de la poca o mucha pulcritud y violencia con que se desarrolle su proceso interno, dependerán sus posibilidades de verdaderamente competir el próximo año, o que todo termine simplemente en un nuevo desastre electoral.
Por su parte, Morena es quizás el que se lleva los resultados más agridulces, al no haber obtenido una victoria tan tangible, por decirlo de algún modo. Sin pasar por alto algunos triunfos importantes en Veracruz –donde sólo estaban en juego alcaldías–, no pudo hacerse de su ansiada primera gubernatura. Lo verdaderamente rescatable es que a tan sólo tres años de su creación como
partido político nacional, le jugó al tú por tú al PRI en su propia casa y lo tuvo contra las cuerdas, sin que al final la victoria se concretara. Ojalá la dirigencia partidista se dedique a capitalizar las lecciones que le deja el proceso en el Estado de México y se enfoque en la competencia del próximo año. Pero bueno, con López Obrador es sólo un decir, pues su peor enemigo es él mismo. El triunfo está en sus manos –al igual que otras veces– y de él, y sólo de él, depende conservarlo o volverlo a entregar.
El PRD, en cambio, se convirtió en un ave fénix, al resucitar de entre las cenizas. La elección mexiquense estaba pintada para ser el último clavo en el ataúd de dicho partido. Sin embargo, la destacada y sorprendente candidatura de Juan Zepeda se convirtió en algo así como en haber obtenido el premio mayor de la lotería sin siquiera haber comprado boleto. Si a ello se suman la gubernatura obtenida en Nayarit y los diversos triunfos obtenidos en Veracruz –todos ellos de la mano del PAN–, estas elecciones fueron un verdadero éxito para los perredistas, suficiente para coquetearle al resto de los partidos, pues se convirtieron en un verdadero comodín de negociación, el partido pivote, la bisagra, el fiel de la balanza que determine quién se lleva la presidencia el próximo año.
Finalmente, de pilón, el mensaje más importante que dejan estos procesos locales: las alianzas ganan elecciones, que no quepa duda de ello. Las alianzas con los partidos rémoras le dieron la victoria al candidato del PRI en el Estado de México (Morena, que compitió sin alianzas, obtuvo más votos que el PRI solo, pero el cual se alzó con el triunfo gracias a los votos obtenidos por el Verde, PANAL y PES, sus aliados). La alianza PAN-PRD les dio la gubernatura en Nayarit y 112 alcaldías en Veracruz (más de la mitad del total y una victoria abrumadora frente a las 36 alcaldías obtenidas por el PRI-Verde, los segundos más ganadores). La no-alianza entre Morena y el PRD los privaron del triunfo en Estado de México. La no-alianza entre el PAN y el PRD en Coahuila tienen a esa elección en el aire.
Se avecinan meses muy intensos. Dicho lo anterior, que comiencen los juegos del hambre.
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