Coahuila, el Estado de México y lo que no debe pasar en 2018

Desde que se aprobó la reforma electoral de 2014, por la que se creó el sistema nacional de elecciones, ya se recorrió prácticamente todo el ciclo posible de elecciones locales, separadas o concurrentes con federales.

Todas ellas, bajo el nuevo modelo de coordinación entre el INE y los Oples, habían salido razonablemente bien, inclusive con elevados estándares de calidad. Sin embargo, de las del último bloque, las celebradas en Coahuila y el Estado de México, han despertado la atención, no sólo por irregularidades en el desarrollo de las campañas, sino incluso por irregularidades en la jornada electoral, lo que hace prever largos y complicados conflictos post-electorales. Hoy analizaremos más a detalle el caso de Coahuila.

La tormenta perfecta. Las encuestas serias —que ahora estuvieron bastante acertadas— pronosticaban un final de fotografía. Al confirmarse la cerrada votación, el día de la jornada electoral, los dos candidatos con posibilidades de ganar se declararon triunfadores. Hasta aquí, nada que no se haya visto en otras elecciones competidas. Lo que vendría después sí sería desafortunado. El “conteo rápido” llevó en el nombre la penitencia, ya que fue dado a conocer muchas horas después de los límites de lo oportuno. Los rangos de votación asignados al candidato de la coalición liderada por el PAN, si bien se cruzaban en un pequeño intervalo con los previstos para la coalición liderada por el PRI, le asignaban una votación mayor a la primera. Al tiempo, el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) fue fluyendo tarde y despacio. Como se sabe, la historia de esos dos instrumentos, que no dan resultados oficiales, pero que deberían servir para dar una cierta certeza inmediata al cierre de las votaciones, no solamente no cumplieron su cometido, sino que al estar incompletos, contribuyeron a generar incredulidad sobre el resultado electoral. Y la tormenta perfecta: la autoridad electoral local, al término de los cómputos distritales —ésos sí, la fuente oficial— dio por ganador al candidato del partido en el gobierno.

Factor Coahuila. Un caso único y límite en todo el país. A los nueve partidos nacionales habría que sumar los siete partidos locales, y complicarlo más aún, con coaliciones totales y parciales. De ahí el elevado número de actas con inconsistencias en su llenado, por lo que no pudieron alimentar al PREP. El multipartidismo de Coahuila da una lección: no enriqueció el espectro electoral, sino todo lo contrario. Su aporte ideológico y representativo es nulo, y fueron creadas a efecto de apoyar candidaturas. Particularmente, las del PRI.

En suma. El sistema nacional electoral, a pesar de las críticas que ha tenido, es robusto. La colaboración entre autoridades electorales del ámbito federal y del local es necesaria para organizar adecuadamente las elecciones. Sin embargo, lo ocurrido en Coahuila debe servir de aprendizaje para evitar que algo parecido pudiera ocurrir en la gigantesca elección a celebrarse en 2018, con la que se cerraría el ciclo completo del menú electoral dispuesto desde 2014.

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