La semana pasada los puertorriqueños acudieron a las urnas para votar por quinta ocasión en su historia, en un referéndum que trata de definir la opinión mayoritaria dentro de esta isla, sobre su relación con Estados Unidos.
Una aplastadora mayoría de 97% (matizada por una tasa de participación de sólo 22% de los electores) decidió apoyar la opción de la “Estadidad”, es decir, dejar de ser un Estado Libre Asociado y convertirse en el estado número 51 de los Estados Unidos. El resultado de esta votación no es vinculante para el gobierno en Washington, pero es parte de una lucha por tratar de impulsar el tema en la agenda norteamericana.
¿Por qué ante la opción de independencia del gobierno estadounidense, que ha mantenido a la isla bajo un estado práctico de colonia desde 1898, los puertorriqueños optan por integrarse como un estado más?
No hay una respuesta sencilla, ya que la situación jurídica y política entre estas dos naciones es extremadamente complicada; sin embargo, vale la pena delinear algunas líneas generales, que pueden ayudarnos a comprenderla.
En primer lugar, hay un componente muy práctico: Puerto Rico tiene una deuda colosal, que es inclusive más grande que todo su PIB. Al encontrarse a medio camino entre ser parte de Estados Unidos y no, las reglas le impiden declararse en bancarrota y tener más opciones para reestructurar su deuda. El actual gobierno considera que la mejor manera de enfrentar la situación, que le ha llevado a dejar de pagar sus obligaciones, es poder usar las mismas leyes que benefician a las entidades subnacionales norteamericanas.
Éste es el segundo elemento que debe considerarse: si Puerto Rico fuera un estado, paradójicamente tendría más autonomía, ya que adquiriría otros derechos que gozan otras entidades, como tener a dos senadores y seis congresistas en Washington, que es mucho mejor que sus actuales representantes con voz, pero sin voto. Igualmente, en lugar de subordinación con Estados Unidos, tendría una relación más horizontal, en línea con los principios federalistas.
Finalmente, en la práctica los puertorriqueños son ciudadanos norteamericanos de segunda: tienen la ciudadanía, pero son vistos aún como ajenos a Estados Unidos, ya que ni siquiera pueden votar en las elecciones presidenciales; por lo que una lucha por la integración de pleno derecho no es un apoyo a la sumisión, sino una visión de igualdad. Además, luchar por ser considerados como cualquier otro ciudadano norteamericano es de capital importancia, si consideramos que hay más puertorriqueños viviendo en Estados Unidos de los que hay viviendo en Puerto Rico.
En el otro lado de la palestra se esgrimen argumentos igualmente convincentes, ya que otra posible respuesta a estar sometido a un poder extraterritorial puede ser la independencia; sin embargo, entender ambas perspectivas es fundamental, para entender por qué los puertorriqueños son tan latinos como nosotros, pero al mismo tiempo más norteamericanos. El referéndum no moverá mucho en el corto plazo, ya que en Estados Unidos no hay una presión o interés por integrar a Puerto Rico, pero abonará a una necesaria discusión sobre la situación de la isla. Puerto Rico no puede seguir siendo una colonia.
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