Hace poco releí la Carta al padre de Kafka. No me acordaba del enorme sufrimiento y resentimiento que guardan esas líneas. Lo que le hizo el padre al hijo, nulificándolo y torturándolo mentalmente, es una historia de terror de baja intensidad pero continua, que se despliega a lo largo de años y años.
El niño, refugiado en su propia y poderosa mente, sobrevive al terror y produce un documento de ajuste de cuentas que es también, o al menos a mí así me lo pareció, una refinada vendetta. ¿Ahí acaba la historia de ambos personajes? No porque esas historias no acaban nunca, y es probable (algunos lo creen con toda seguridad) que el grandísimo Kakfa que hoy leemos, ese de los ambientes opresivos e imposibles, ese de las gestas inútiles, ese que retrata al Estado, al poder y, en fin, a la autoridad, como una maquinaria ciega y asfixiante, no haya sido posible sin la traumática infancia y juventud que su padre le propinó.
Yo hago esa lectura sin Sófocles ni Freud, entendiendo el influjo paternal como hijo que soy y como padre yo mismo. Es un tema, además, que está en el aire. En el mercado editorial circulan (y se mueven bien) retratos del padre que son también entrañables, y muy duros a veces, ajustes de cuentas o recapitulaciones necesarias para el hijo. Pienso a botepronto en El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince, en Adiós a los padres de Héctor Aguilar Camín, en Examen de mi padre de Jorge Volpi, en La distancia que nos separa, de Renato Cisneros, en Nos acompañan los muertos, de Rafael Pérez Gay, en El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, de Patricio Pron, libros todos ellos en que se siente la necesidad de poner todas y hasta la última pieza de un rompecabezas en donde comparece el ascendente paternal, el linaje de sangre que circula en nosotros. En algunos casos, los libros son francos homenajes, rescates de vidas ejemplares que conocemos gracias a la prosa admirada del hijo. En otros, hay algo de investigación detectivesca, de búsqueda del padre a través de la documentación y de la escritura que hurga, como una fascinante pesquisa literaria. Hay casos que documentan la decadencia y la muerte con esa infinita piedad que sólo puede tener el hijo. Y hay uno, el de Renato Cisneros, en que el amor por el padre aprende a pintar su raya y reconocer al hombre brutal, represor y probable asesino que el padre también fue, todo ello con una escritura fascinante que ha sido hechizada por esa tremenda figura. El tema es vastísimo y yo sólo comento aquí ese puñado de libros actuales y cercanos a nosotros (podría detenerme varios párrafos comentando ese extraordinario ejercicio de rememoración que es Experience, de Martin Amis, por ejemplo, y tantos más, como La muerte del padre, de Karl Ove Knausgaard), deudas con la ascendencia, expedientes que se cierran para poder continuar.
Y se dice fácil, pero encontrar una fórmula y tono correctos para retratar al padre es sin duda complejo y delicado, para huir del anecdotario fácil, de la acusación hueca o de los propios sentimientos que se interponen entre el hijo y su escritura. El tono de Kafka es de una sobriedad de actuario mientras desmonta por entero al padre-monstruo. ¿Con qué palabras harías tú el retrato de tu padre?
julio.trujillo@3.80.3.65
Twitter: @amadonegro