¿Por qué los bancos intentan seducir a sus clientes para que se endeuden? No lo hacen para hacerles un favor. En primer lugar, prestar dinero es un negocio redondo. La tasa de intereses está diseñada para que el banco siempre tenga una ganancia. En segundo lugar, cuando el cliente deja de pagar, el negocio es todavía mejor, ya que los intereses que se cobran son más altos y, en caso de que el cliente ya no pueda pagar, el banco se queda con la garantía. En tercer lugar —y esto es lo que realmente hace del crédito uno de los demonios del capitalismo— es que lo que presta el banco no lo tiene en caja.
El crédito es el principal generador de dinero en la economía contemporánea.
Por lo mismo, mientras se otorgue más crédito, habrá más dinero, pero ese dinero, a fin de cuentas, no irá a los pobres y ni siquiera a la clase media, sino que acabará llenando las arcas de los más ricos.
¿Para qué posponer la compra de algo si podemos tenerlo antes por medio de un préstamo? La respuesta es muy sencilla: para no pagar más. El precio adicional que tendremos que ir pagando a plazos nos quitará la posibilidad de adquirir otras cosas o servicios que nos harían felices. Por ejemplo, el pago de los intereses de la casa que compramos hoy hará imposible que en el futuro cambiemos de auto o vayamos de vacaciones. Por otra parte, uno queda dentro de las redes de la institución que le otorgó el préstamo.
Se podría responder que la decisión de pagar más en un futuro por lo que se adquirió en el presente es una decisión personal que merece respeto. El problema es que cuando este tipo de acciones se realiza de manera sistemática, cuando la economía gira en torno a ellas, se genera un enorme riesgo para la humanidad. La explosión descontrolada del crédito es un ejemplo más de nuestra irresponsabilidad ante las generaciones futuras —otro es la contaminación—. Son esas generaciones del porvenir quienes tendrán que pagar por el dinero artificial que ahora disfrutamos, y además tendrán que hacerlo en un planeta destrozado por la polución.
Diferir el pago —en cualquier sentido en el que lo entendamos— es diferir nuestra responsabilidad. El mundo sería mejor si volviéramos a vivir de manera tal que el precio de cada una de nuestras acciones se hiciera efectivo en cada momento.
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