Así se le llama al miembro de una familia o de una pareja que presenta síntomas y que parece el más necesitado de ayuda. Es frecuente que ese paciente —un niño, un adolescente y casi siempre la mujer— no sea el único que necesita ayuda sino todo el sistema familiar o conyugal. El paciente identificado es en quien se depositan, inconscientemente, todos los problemas.
También suele ser el más sano de todos porque no niega los problemas ni se los transfiere a alguien más. En la pareja, ese paciente es quien padece depresión, el irascible, el que no siente deseo, quien parece más frágil y sensible. Las parejas llegan a terapia porque uno de los dos tomó la iniciativa y quien no lo propuso está convencido de no necesitar ayuda. Algunos sienten orgullo porque nunca han necesitado terapia y creen que es la prueba de que solos, pueden resolver sus problemas. Muchos creen que ir a terapia es una muestra de debilidad y que reconocerse vulnerables es indeseable. Crecieron pensando que están solos en el mundo y no piden ayuda porque no confían en nadie. No están locos y nadie les va a decir nada que ellos no sepan.
Ver a un sistema, familiar o de pareja, requiere entender los aspectos individuales y al mismo tiempo las interacciones con los otros. Los circuitos de comunicación son invisibles para quienes están involucrados en ellos: él no ve cómo pide comprensión pero es incapaz de escucharla sin distraerse. Quizá ella no se da cuenta de que mientras más se enoja, él se vuelve más y más racional y ella se siente menos y menos entendida. Una madre quiere que sus hijos sean más empáticos con ella pero les grita todo el día. La hija se queja de que su padre no la conoce, pero cada que él intenta acercarse, ella se retrae en su teléfono o contesta con monosílabos. Cuando alguien siente que los demás no están interesados en sus necesidades, es posible que él o ella tampoco estén pendientes de las necesidades de los demás. Las trampas en las relaciones son producto de guiones inconscientes que los terapeutas ayuda a desactivar. Los nudos en los que se convierte la comunicación, pueden ser desatados con la ayuda de un terapeuta capaz de escuchar, más que las palabras, la forma en la que son dichas.
Tener una pareja designada como la loca de la relación o un hijo con algún tipo de problema de conducta, es útil para dejar de examinarse a sí mismo. A la terapia debe irse a decir las verdades, a ser auténtico y a aceptar qué es lo que cada quien tiene que descifrar para dejar de culpar a otros por la falta de armonía en la pareja o en la familia. La responsabilidad del bienestar de un sistema, es de todos.