El pasado 7 de noviembre se cumplieron 100 años de la Revolución rusa, la de los bolcheviques y Lenin. El estupendo periodista norteamericano John Reed escribió México Insurgente, la crónica de la Revolución a través de su vivencia directa con Pancho Villa, convivencia que después tuvo con León Trotsky y Vladimir I. Lenin.
El 20 de noviembre se cumplen 107 años del inicio de la Revolución anunciado públicamente por Francisco I. Madero. Con esta crónica pasó Pancho Villa de ser bandolero a un líder con pensamiento libertario, con métodos brutales, con todo y ello soñador.
En el capítulo VIII de México Insurgente
John Reed escribe:
“Sería interesante conocer el apasionado sueño, la visión que anima a este luchador que no es lo suficientemente educado como para ser Presidente de México”.
Una vez me lo contó en estas palabras: “Cuando se establezca la nueva república ya no habrá más ejército en México. Los ejércitos son el mayor apoyo de la tiranía. No puede haber dictador sin ejército.
“Pondremos a trabajar a las tropas. Por toda la república estableceremos colonias militares compuestas por los veteranos de la Revolución. Esto les daría tierras agrícolas y establecería grandes empresas industriales para darles trabajo.
“Trabajarían muy duro tres días a la semana, porque el trabajo honesto es mejor que la lucha y sólo el trabajo honesto produce buenos ciudadanos; los otros tres días recibirían instrucción militar y saldrían a enseñar a la gente a luchar. Entonces, cuando la patria fuera invadida, sólo tendríamos que llamar por teléfono desde el Palacio de la Ciudad de México, y en mediodía toda la nación mexicana se levantaría desde los campos y las fábricas, totalmente armados, equipados y organizados para defender a sus hijos y sus hogares.
“Mi mayor ambición es pasar mis días en una de esas colonias militares entre mis compañeros que quiero, quienes han sufrido tanto tiempo y profundamente por mí. Me gustaría que el gobierno estableciera una fábrica para producir buenas sillas de montar y bridas, porque yo sé hacer eso; y el resto del tiempo me gustaría trabajar en mi pequeña granja, criando ganado y cultivando maíz. Sería bueno, creo yo, ayudar a que México fuera un lugar feliz”.
Y así murió en su rancho, traicionado y asesinado por la propia Revolución, el mexicano que burló al ejército americano con todo y su naciente poderío. Uno de los que se sentó en la silla del águila en Palacio Nacional y la abandonó junto con Emiliano Zapata. Traían el poder de la Convención de Aguascalientes borrado por el Congreso Constituyente de Querétaro y Venustiano Carranza, otro asesinado por la propia Revolución.
Seguimos buscando un México y Guerrero feliz.