“Lo menos que puede pedirse a una
escultura es que no se mueva.”
Salvador Dalí
Desde hace varios meses, la enorme escultura central del Monumento a la Madre está siendo sometida a tratamiento especializado por los daños que le ocasionó su estrepitosa caída, el año pasado, gracias al sorpresivo empujón hacia adelante que le dio el terremoto del 19 de septiembre.
La primera etapa del proceso ha concluido y consistió en la identificación, selección y protección de la cantera fracturada y reducida a montones de pedacería, mismos que hubo que revisar minuciosamente para determinar su localización original en la composición de la escultura. Se clasificó la cantera fraccionada y se acondicionó su protección. A partir de entonces se inició propiamente el proceso de restauración, siempre sujeto al marco legal vigente en México y a las normas internacionales en la materia. Esto sin descontar las apreciaciones propias de los restauradores profesionales, relativas a la ética y estética de la intervención en una obra de la importancia del Monumento a la Madre.
Es evidente que la minuciosa restauración del conjunto escultórico, ahora en su etapa de reintegración, se debe al profundo significado que tiene la figura matern el pueblo mexicano. Por esto mismo se entiende la participación de dos artistas de la talla del arquitecto José Villagrán García y del escultor Luis Ortiz Monasterio, creadores del singular monumento; ambos personajes del más alto nivel en sus respectivas profesiones a mediados del siglo pasado. Bien vale la pena conocer más sobre su legado artístico:
Villagrán, fue el gran maestro de la arquitectura moderna mexicana por excelencia. Con su teorización sobre el rumbo a seguir de acuerdo con la racionalidad de esta corriente de vanguardia, provocó, desde 1924 la adopción del modernismo funcionalista acorde con las tendencias internacionales. De entre sus numerosos proyectos, destacaron el Instituto de Higiene de Popotla (1925) y el Hospital para Tuberculosos de Huipulco (1929), ejemplos de su sobria arquitectura funcionalista que sentó las bases de la producción arquitectónica de sus tiempos. Por otro lado, Luis Ortiz Monasterio, cuya trayectoria se identifica como de perfil nacionalista, es reconocido como un escultor cuyas obras reflejan la tradición de la escultura mesoamericana y la modernidad del mundo actual, creando una simbiosis que le confiere su propia identidad. En su vasta producción artística, particularmente su obra monumental, pública y civil, destacan los relieves del frontispicio de la Emérita Escuela Nacional de Maestros (1948), la Fuente Monumental de Nezahualcóyotl, en Chapultepec (1956), las obras en la Plaza de la Unidad Independencia del IMSS (1962), y desde luego, el Monumento a la Madre (1949).
Esta afortunada colaboración entre escultor y arquitecto se explica no sólo en su talento, sino en sus amplios conocimientos de proporción y escala, y su implicación en el resultado formal de una obra monumental que por su simbolismo es en sí una celebración de los mexicanos a la mujer que les dio la vida.