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Foto: larazondemexico

A 11 días de los comicios presidenciales, los 89 millones de mexicanos inscritos en el padrón electoral se encuentran entre la espada y la espada: decidir si dejarse llevar por la estridencia propagandística de las encuestas, o emitir un voto razonado, sereno, inteligente.

Lo resolvieron los electores colombianos el domingo, cuando decidieron elegir a un presidente y no a un candidato. Votaron por Iván Duque, el aspirante que más seriedad tenía en sus propuestas, en lugar del populista Gustavo Petro.

Aunque Petro fue el candidato con más menciones de apoyo en Twitter y Facebook, y con más búsquedas en Google durante la campaña presidencial. Pero el émulo de Hugo Chávez fue incapaz de transformar esa popularidad digital en votos.

Entre otros factores porque la mayoría de quienes votaron por Duque no son personas activas en redes sociales. Es decir, las elecciones no se ganan en Twitter ni en Google. Porque:

1.- Muchos de los que anuncian su apoyo en redes no pueden votar por ser menores de 18 años. En cambio, usan las redes sociales con tanta pasión y habilidad, que uno solo crea una percepción de que fueran miles en realidad.

2.- Muchos de los que anuncian su apoyo en redes no salen a votar, al quedarse con la percepción fallida que crean las encuestas de que son éstas las que deciden las elecciones y no el día de la votación. El clásico, para qué voy a votar si llevo meses escuchando y leyendo que mi candidato ya ganó.

3.- Las búsquedas en Google no necesariamente son positivas.

Le sucedió a Hillary Clinton en su derrota contra Donald Trump, en las elecciones de Estados Unidos. El 8 de noviembre de 2016, si se escuchaba o leía a los expertos, ella sería la ganadora de calle, gracias a una percepción poderosísima que le habían creado las encuestas.

El día de la elección, Clinton aventajaba a Trump por 7.2 puntos según la media de sondeos concentrada en Real Clear Politics, y la mitad de sus votantes sufragaría por ella sólo para evitar que ganara Trump, de acuerdo con Reuters/Ipsos.

Ese panorama súper triunfalista y de fiabilidad en favor de Clinton propició que su mayor daño no viniese de Trump, sino de expertos y casas encuestadoras: provocaron que millones de votantes de Clinton no creyeran necesario votar y se quedaran en casa mirando la tele.

De ahí que no resulte manido insistir en que las elecciones se ganan el día de los comicios, no antes, y con un voto razonado, inteligente y sereno. Y para eso no se necesita del vodevil de las encuestas ni del lavadero de las redes. Y es fácil: Sólo hay que elegir a un presidente…

Y no a un candidato.

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