Acabo de leer el libro de Timothy Snyder Sobre la tiranía. Es irresistible no dedicar una líneas a comentarlo.
El libro está escrito en clave de advertencia. Parecería, como ha dicho Jesús Silva-Herzog Márquez, que pasamos del optimismo al pesimismo democrático. Se percibe que estamos en el ocaso de una época. Algunos le dicen populismo, otros le dicen tiranía, pero lo que vemos en el mundo es un fenómeno de concentración del poder en figuras políticas electas democráticamente. Trump es el arquetipo de esto. Un hombre que logró distorsionar el valor de la verdad misma, que se contradice casi a diario, que ha logrado cambiar lo que significa Estados Unidos en el mundo en un tiempo récord. Lo interesante del libro es que permite analizar ese tipo de fenómenos desde un punto de vista casi olvidado: el de la cotidianeidad. Es decir, se ha hablado mucho de cómo la libertad está siendo amenazada por los grandes movimientos políticos y financieros, pero se nos ha olvidado cómo la libertad se construye desde abajo, a través de los pequeños detalles de nuestra vida diaria.
Los ciudadanos, al olvidar nuestros códigos de entendimiento y convivencia interpersonal, hemos minado poco a poco el sistema que nos ordena como sociedad. La gran virtud del libro es que permite entrever cómo se conecta el bosque con los árboles, el detalle de conducta, con el gran andamiaje constitucional. De nada sirve tener consagrados los derechos más progresistas en nuestra constitución, si no sabemos, ni nos importa, quiénes son nuestros vecinos. De nada sirve tener garantizado el derecho a una educación de calidad si lo único que hacemos es alimentar nuestro cerebro de los espectáculos que vemos en la red y en la pantalla. De nada sirve garantizar el debido proceso, si creemos el juicio que haga de antemano el gobernante en turno.
Para detener esta degradación, Snyder nos recuerda cosas tan sencillas como hablar con nuestros vecinos; vernos a la cara y a los ojos para estar al tanto del paisaje psicológico de nuestra vida cotidiana; participar mínimamente en organizaciones de la sociedad civil y comprometernos con buenas causas; tratar de aprender de las experiencias de otros países; leer –sí, leer-; defender el periodismo de investigación; cuidar nuestras palabras: prestar atención a las palabras peligrosas, ya que el vocabulario patriótico puede ser traicionero; etcétera. Todas resultan casi obvias, pero se nos ha olvidado practicarlas. Y gracias a ese olvido las democracias –como las conocemos- empiezan a tambalearse.
Además, el libro es revelador, sí, por el fondo, pero también por su forma. Su fisionomía es de lo más simple, sencilla. El libro está escrito en formato de texto de autoayuda. Me pregunto, ¿qué llevó a uno de los mejores historiadores del mundo a escribir un manual para salvar la democracia? No decide escribir un tratado teórico ni un libro de análisis histórico, sino un instructivo para salvaguardar algo que él –y muchos- consideran valioso: nuestras libertades. Algo debe de intuir. Recordemos que la democracia es un sistema de gobierno que contiene los mecanismos para su propia destrucción.