La semana pasada el Presidente electo de México anunció la creación de la entidad de Seguridad Alimentaria Mexicana (Segalmex), la cual será la encargada de lograr la autosuficiencia alimentaria en México. Asimismo, se anunció la fusión de Diconsa y Liconsa como parte de esta nueva política pública. Los comentarios no se dejaron esperar. Rápidamente se mencionó que el nuevo Segalmex evoca al antiguo Sistema Alimentario Mexicano (SAM) creado por López Portillo. El famoso SAM fue un programa innovador en su época (1980-1982), que también buscaba la autosuficiencia alimentaria. ¿Es viable esta comparación? ¿Es una buena idea hablar de autosuficiencia alimentaria en el México de hoy?
Antes que nada, una aclaración de corte personal. Mi padre fue el Oficial Mayor del antiguo SAM (el puesto se denominaba Director General de Administración) y crecí escuchando las bondades de aquel programa. Derivado de esto, en los últimos días he tenido la posibilidad de sostener conversaciones con quienes lo diseñaron. Este texto se basa en esas conversaciones.
Desde que AMLO empezó a hablar de autosuficiencia alimentaria, hubieron algunas críticas por la clara remembranza a las políticas de los años setenta. Pero una análisis más profundo de lo que implica la autosuficiencia deja entrever algunos matices que deben hacerse al hablar del tema.
Lo primero que hay que decir es que autosuficiencia no significa autarquía alimentaria. Es decir, en 1980, cuando se crea el SAM, no se pretendía cerrar fronteras y detener toda importación de alimentos. La autosuficiencia no es un fin en sí mismo, es un medio que tiene un claro objetivo de corte social. Con el SAM fue reorientar la producción y el consumo masivo y popular de alimentos a favor de las personas de menos recursos. Y, durante su corta vida, se logró.
Hoy el problema subsiste: hay millones de personas que no tienen acceso a los alimentos más básicos. Es un error pensar que a las comunidades indígenas y campesinas más alejadas de los centros urbanos les van a llegar los alimentos que importamos de Iowa. No les llegan. Lo que debemos hacer es diseñar una política pública que incentive la producción de alimentos en mercados regionales, cercanos a las poblaciones marginadas, para que el abasto ahí sea suficiente. Si este va a ser el propósito del Segalmex, bienvenida la propuesta.
Ahora, el México en que vivimos es muy distinto al México de la época del SAM. Hoy tenemos un superávit de más de cinco mil millones de dólares en el sector agroalimentario por lo que el país hoy puede comprar de sobra alimentos y así incentivar el consumo y la distribución de los mismos. De hecho, una de las fortalezas del SAM fue que su carácter sistémico implicaba que no sólo se enfocara en aumentar la producción alimentaria –se tenía toda una oferta de producción masiva–, sino en incentivar el consumo de alimentos populares. Es decir, las políticas públicas que se diseñaron, se concentraron tanto en la oferta alimentaria, como en su demanda.
Aunque sabemos muy poco de Segalmex, parecería que se enfocará también en el consumo, en la demanda. El problema es que ya no se tiene a la mano a la Conasupo, que compraba y distribuía granos masivamente. La cuestión entonces es: ¿cómo hacer para realmente incentivar ese consumo popular? La fusión de Diconsa y Liconsa (que no se sabe a qué grado se va a dar) no parece ser mala idea, si es que se le otorga un impulso notable, sobre todo a los programas que maneja Diconsa. Este organismo puede ampliar su red de distribución de alimentos básicos, y podría también comprar alimentos a campesinos y a las personas de bajos ingresos que habitan en zonas rurales. Esto activaría las economías locales –claro, con la consecuente amplificación de la capacidad de compra del gobierno mexicano, que no es poca– e incentivaría el consumo alimentario de las personas con más bajos ingresos.
El país ha cambiado mucho en 40 años, pero el problema de la pobreza alimentaria subsiste. Por las conversaciones que tuve esta semana, el SAM tan fue una buena idea que hoy se sigue hablando de él. Lo que hay que hacer es estudiar sus aciertos y sus errores, y aplicar lo que funcionó, pero ahora, en el México del siglo XXI.
PD: Por cierto, el SAM fue creación cien por ciento mexicana: en su momento fue una política pública pionera en el mundo.