Pasan los días, leo los periódicos y como que algo no tiene sentido. Algo parece asediar la realidad y a los datos duros. No hay un mínimo de objetividad al tratar los asuntos públicos. Y esto causa una desconexión entre el México del presente y el del pasado inmediato que suena más a abandono, a claudicación, que a una transición entre dos gobiernos con visiones del mundo distintas. A ver si me explico.
Por un lado, en la semana vimos dos declaraciones demoledoras sobre la “muerte” o cancelación de la reforma educativa. Elba Esther Gordillo es absuelta, se va unos días y regresa triunfante a dar una conferencia de prensa –que en realidad fue más una arenga– en la que dice, puntualmente, que va para atrás la reforma. Que entiende el sufrimiento de los maestros en estos últimos cinco años; que, como ella, los maestros también fueron objeto de una persecución política y mediática. Es decir, vemos un México en donde del destino de una exlíder sindical depende la vida o la muerte de la reforma más profunda del sexenio pasado.
Tan sólo una horas después vemos al Presidente Electo de México decir, sin tapujos, que se cancelará la reforma educativa. Más aún, lo hace frente a sus principales impulsores e implementadores: el Presidente Peña y su gabinete. Así vemos también a un México en donde el Presidente Electo nos dice que se cancelará una reforma constitucional y legal enorme, pero no nos dice bien a bien, con qué se le sustituirá, o si de plano regresaremos al esquema anterior.
Y por otro lado vemos un silencio pasmoso. Ni una declaración sustancial ni del PRI, ni del PAN, ni del PRD –los partícipes del Pacto por México–. Leo dos o tres declaraciones de algunos legisladores electos que no dicen nada importante. Nadie de la oposición ha dicho lo más básico: por qué se hizo lo que se hizo. Nadie habló de cómo se tuvo qué recuperar la rectoría del Estado en materia educativa, es decir, que fuera el gobierno, la SEP, y no el Sindicato quien mandara y decidiera. Nadie tampoco dijo que la reforma modificó las relaciones de poder hasta entonces dominantes en el sistema educativo del país y, por supuesto, trastocó múltiples intereses que generan, aquí y en todos lados, oposiciones muy fuertes. Tampoco se mencionó la lógica que siguió la reforma: la calidad educativa implica que los niños aprendan lo que deben aprender y que los maestros enseñen lo que deben enseñar. Los resultados en múltiples estudios señalaban que en México no pasaba ni uno, ni lo otro. Entonces, primero, se debía saber quiénes eran los maestros y qué aptitudes tenían para enseñar. Para eso se debían evaluar. De ahí la importancia de la evaluación docente y de la depuración de la nómina educativa. Una vez hecho esto, los ayudas –no los corres, nunca los corres– a que mejoren mediante capacitaciones permanentes, de ahí el programa de Formación Continua que se impulsó. Tampoco nadie dijo cómo se impulsó la infraestructura educativa, de la creación y consolidación del Servicio Profesional Docente para que las plazas ya no se heredaran ni se vendieran, sino que se ganaran por mérito. Y, por supuesto, nadie mencionó el Nuevo Modelo Educativo que se creó y comienza a implementarse; un modelo que cambia de fondo lo que se enseña a los niños para que éstos, en síntesis, aprendan a aprender, a pensar, a criticar y a moverse en un mundo que nos exige respuestas a problemas aún insospechados.
Si quieren un ejemplo de por qué necesitamos una oposición vibrante, fuerte, éste es de antología.
Lo que me queda claro es que estos dos Méxicos –el del presente y del pasado inmediato– eventualmente tendrán que comunicarse, debatirse, contraponerse. Que un tema tan complejo debe analizarse con rigor y que para eso la oposición debe despertar de su letargo. Nos urge.
PD: Por lo menos me quedo con la esperanza de lo que dijo Gilberto Guevara Niebla sobre la actual reforma educativa: “sólo quienes tengan vocación, voluntad y competencia para enseñar puedan seguir en el aula. Los que no cumplan estos requisitos no pueden —no deben— seguir enseñando. Parece ser una regla draconiana. Lo es. Lo que sustenta esta regla es la superioridad ética del derecho a la educación de los niños. Es decir, no es moralmente aceptable que otro derecho se coloque por encima del derecho de los infantes”. Me tranquiliza que Guevara Niebla ya es parte del futuro equipo de la SEP.