Observar a los otros puede transformarse de simple curiosidad en acoso y vigilancia dignos de un sociópata. Todos los usuarios de redes sociales podrían sentirse un poco avergonzados porque aunque los contenidos están ahí, son públicos y listos para consumirse, ver fotos de alguien que no conocemos durante una noche de insomnio o leyendo sobre otras vidas que supuestamente nos importan poco, tiene algo de perturbador y voyeurista.
Es común que la gente necesite desconectarse de las redes para avanzar en sus proyectos laborales, académicos o para leer un libro de un autor que no está de moda y que ningún grupo de personas está leyendo en perfecta sincronía y reportándoselo al mundo cada día. Es adictivo mirar y en algunos casos acosar.
Observar a los otros causa depresión y ansiedad, sobre todo cuando se trata de Instagram y Facebook. Claro que todo depende de lo que cada quién consume pero los algoritmos de la red tienen vida propia, parecen conocernos bien y nos dan donde nos duele: saben la ropa que nos gusta, los lugares a los que soñamos viajar, si somos solteros o estamos en pareja, si seríamos buenos candidatos para vendernos un curso de coaching o de meditación. Todo porque pasamos horas de nuestra semana observando a los otros, dándole click a lo que comen, escuchan, ven, piensan, consumen.
Cerrar los mensajes directos es consecuencia de lidiar con gente que se acerca demasiado, que cree que nos puede invitar a salir u opinar sobre nuestro aspecto o preferencias políticas. Una selfie en Instagram no es una invitación inequívoca a que quienes no nos conocen opinen. Claro que esa red al igual que Facebook permite borrar los comentarios indeseados. Bien ahí.
Entre observar y acosar hay una distancia muy corta. Lo que parece interés o incluso admiración explícita esconde a veces envidia y ganas de que le vaya mal a quien le va bien.
La gente comienza halagando y termina insultando u odiando, por ser ignorados o por recibir una respuesta ruda a una opinión no solicitada. La vida virtual funciona conforme a las reglas que cada uno establece y se elige con quién interactuar y con quién no. A veces creemos que la fantasía sobre una persona en Twitter es la realidad, que puede ser mucho mejor que la caricatura sexosa, chistosa o intelectual que algunos construyen o una tremenda decepción.
El tiempo que se dedica a las redes sí es inversamente proporcional a cuánto trabajamos, a cuántos amigos de carne y hueso tenemos, a nuestra edad mental, a las horas libres al día, a la inseguridad y a perfiles narcisistas de personalidad. Mientras más ocupados, entretenidos o acompañados, menos observación y vigilancia de la vida de los otros. A mayor aburrimiento más necesidad de divertirse mirando: qué bonitos se ven los otros, cuánto se divierten, qué gran relación, qué mujer tan inteligente, qué hombre más atlético, qué estúpido argumento y persona. Ver a los otros —obsesivamente— sí reduce el tiempo reflexivo y de auto observación.