La violencia contra las mujeres y las niñas es una
de las violaciones de los derechos humanos más graves,
extendidas, arraigadas y toleradas en el mundo:
Organización de las Naciones Unidas
Han pasado 19 años desde que la ONU declaró el 25 de noviembre Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, dedicado a denunciar la violencia contra las mujeres y exigir políticas para su erradicación. Y ni el mundo ni México mejoran sus calificaciones.
La grave situación mundial se sintetiza en una expresión de indiferencia por parte de la inmensa mayoría de los países. De acuerdo con ONU Mujeres, sólo 41 por ciento de los países del mundo producen regularmente información estadística sobre violencia contra las mujeres y sólo 13 por ciento destina presupuesto específico a la recolección de datos estadísticos de género.
En México las agresiones de género van en aumento y nada parece capaz de modificar esta tendencia. Ni leyes, ni instituciones, ni programas preventivos o acciones de procuración de justicia han podido frenar el aumento de la violencia hacia las mujeres.
De acuerdo con el Inegi, en 2007 las diversas procuradurías del país registraron mil 83 averiguaciones previas o apertura de carpeta de investigación por asesinatos de mujeres. Diez años después el número aumentó a 2 mil 737, lo que representa un incremento de 152 por ciento.
Hoy son privadas de la vida siete mujeres cada día en nuestro país. Dato indignante que parece no indignar. Alarma que no alarma. Tragedia inaceptable y sin embargo normalizada.
ONU Mujeres, por su parte, afirma que cada día son asesinadas nueve mujeres en México, que seis de cada 10 han padecido violencia y que cuatro de cada 10 han sido víctimas de violencia sexual.
Las cifras de mujeres asesinadas en México son mayores que las de aquellas que enferman de cáncer, contraen VIH o sufren un accidente de tránsito. Mata más mujeres la voluntad humana que las adversidades circunstanciales.
De 2007 a 2016 fueron asesinadas 22 mil 482 mujeres en las 32 entidades (Inegi). Destaca la crueldad de las agresiones fatales. Hay un cobarde aprovechamiento del uso de la fuerza y una evidente demostración de saña: cada vez más son las mujeres asfixiadas, ahorcadas, apuñaladas, degolladas, quemadas, apuñaladas.
La casa, el lugar que podría suponerse más seguro, es gravemente inseguro para las mujeres, acaso porque la violencia en su contra es tolerada. Aceptar lo inaceptable es una manifestación de degradación social.
De cada 100 mujeres de más de 15 años, 63 han experimentado al menos un acto de violencia emocional, económica, laboral, física, sexual. Ésta alcanza un 35 por ciento de las expresiones de violencia y la emocional, 43 por ciento.
¿Cómo puede pensarse siquiera en que existe gobernabilidad y estabilidad en un país si la mitad de su población está estructuralmente en constante riesgo de discriminación, insulto, acoso, agresión o asesinato?
De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares, 44 por ciento de las mujeres de 15 años o más han enfrentado violencia por parte de su pareja, casi 20 millones. La cifra sorprende tanto como el que esta situación se haya mantenido, sin que hayamos hecho algo por evitarlo, en niveles similares durante los últimos 10 años.
No existe hoy en México un esfuerzo sistemático, integral y sostenido para erradicar la violencia en contra de las mujeres. Quizá se deba a que esta violencia se considera irrelevante, a que se le ve como una expresión inevitable de la ola de inseguridad que padece el país o, tal vez, porque nuestros códigos de relación social nos dicen que es normal.
No puede serlo. Tenemos que asumir que se trata de una infamia que nos avergüenza a todos y respecto de la cual, todas y todos tenemos una responsabilidad para erradicarla.
Esta columna, publicada en La Razón dos veces por mes desde hace más de 6 años, cierra su ciclo en esta querida casa periodística.
Mi agradecimiento especial a Ramiro Garza, así como a Mario Navarrete y a todo el equipo de este gran medio de comunicación por su hospitalidad a mis puntos de vista. Mi reconocimiento porque este espacio fue, siempre, un espacio de libertad.
Pronto iniciaré otra etapa para seguir proponiendo temas y enfoques con el fin de contribuir a la reflexión nacional respecto de los desafíos que nos son comunes.