Los balazos de Chinameca

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El asesinato de Emiliano Zapata hace cien años en la hacienda de Chinameca es, luego del de Francisco I. Madero en febrero de 1913, un episodio central de la historia de la traición en México y América Latina. El 10 de abril de 1919, en la tarde, Zapata y otros 30 oficiales y soldados del Ejército Libertador del Sur fueron acribillados a balazos, mientras entraban en aquella hacienda, donde programaban reunirse con el coronel carrancista Jesús Guajardo.

Guajardo llevaba semanas simulando “hondos disgustos” con su superior, el general Pablo González. Según un conocido parte de Salvador Reyes Avilés, secretario de Zapata, para ganarse la confianza de éste, Guajardo llegó a realizar una purga dentro de su propia tropa, fusilando a 59 hombres, acusados de saqueos, violaciones, asesinatos y robos por los pueblos zapatistas. El líder revolucionario llegó a las puertas de la hacienda, convencido de la deserción de Guajardo.

En ¡Viva Zapata! (1952), la película de Elia Kazan, escrita por John Steinbeck y protagonizada por Marlon Brando, el jefe sureño entra solo a la hacienda, montando el alazán negro que le regaló su propio victimario, y es baleado desde las azoteas. Pero el relato de Avilés y el del propio Guajardo hablan de una encerrona en la que habrían muerto unos 30 zapatistas, entre ellos, los generales Zeferino Ortega y Gil Muñoz y los oficiales Palacios, Castrejón y Bastida.

La historiografía sobre la Revolución Mexicana ha debatido durante un siglo las razones del asesinato de Zapata. ¿Por qué el gobierno de Venustiano Carranza autorizó la conjura de Guajardo y González contra Zapata en la primavera de 1919, si para entonces ya el nuevo régimen constitucional llevaba dos años de funcionamiento y se contemplaban elecciones en 1920? La propia fuerza militar zapatista, según el gobierno, había mermado y la influencia del movimiento sureño se limitaba al oriente del estado de Morelos.

“En ¡Viva Zapata!, (…) el jefe sureño entra solo a la hacienda, montando el alazán negro que le regaló su propio victimario, y es baleado desde las azoteas. Pero el relato de Avilés y el del propio Guajardo hablan de una encerrona en la que habrían muerto unos 30 zapatistas”

En su clásico Zapata y la Revolución Mexicana (1969), John Womack ofrece una interpretación que sigue siendo válida. Desde 1918, Zapata había desarrollado una política de alianzas, que reforzaba su posición en Morelos. En un Manifiesto al Pueblo Mexicano de abril de 1918, redactado por Conrado Díaz Soto y Gama, el jefe revolucionario había sugerido que a cambio de un reconocimiento de la reforma agraria en Morelos, controlada por los zapatistas, podría llegarse a una aceptación del régimen de Carranza.

Aquel giro moderado, con respecto a posiciones previas, como la de la Convención de Aguascalientes en 1915, le ganó a Zapata simpatías en la opinión pública nacional e internacional. Womack le daba gran importancia a la correspondencia de Zapata con el escritor norteamericano William Gates, quien, tras una visita al caudillo sureño, escribió una serie de artículos en la prensa de Estados Unidos en los que sostenía que la estabilidad de México pasaba por el reconocimiento de la autoridad de Zapata en Morelos.

“En sus últimos años Zapata estaba muy lejos de ser un líder ajeno a la dimensión nacional e internacional de la política mexicana, como sostiene buena parte de la historiografía. Contra ese Zapata, cada vez más político, fueron los balazos de Chinameca”

La proyección internacional de Zapata se intensificó entre 1918 y 1919, aprovechando hábilmente las tensiones del final de la Primera Guerra Mundial. En una carta abierta a Carranza, del 17 de marzo de 1918, que glosa Felipe Ávila en su Breve historia del zapatismo (2018), Zapata acusaba al presidente de aliarse con los alemanes en contra de Estados Unidos y las potencias aliadas: “usted protestó ser neutral y se condujo como furioso germanizante…, protegió el espionaje alemán, obstruccionó y perjudicó

el capital…”

También acusaba Zapata a Carranza de actuar autoritariamente, por fuera de la Constitución y sin verdadero respeto al Congreso y a la división de poderes. Aquella carta es la mejor evidencia de que en sus últimos años Zapata estaba muy lejos de ser un líder ajeno a la dimensión nacional e internacional de la política mexicana, como sostiene buena parte de la historiografía. Contra ese Zapata, cada vez más político, fueron los balazos de Chinameca.

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