Si no fuera por las jacarandas de abril

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“De la lección del pasado, recibimos fuerza para el

presente y razón de esperanza para el futuro”

Jaime Torres Bodet

Es lamentable el proceso de deterioro urbano que sufren algunas ciudades de nuestro país ante su crecimiento desordenado por falta de planeación, siendo una de las causas que afectan este desarrollo el daño y en muchos casos la destrucción de su patrimonio arquitectónico significativo y el desdén por la calidad de sus espacios públicos.

En alguna medida esto trae como consecuencia la sustitución de inmuebles históricos de gran calidad por construcciones “chatarra”, sin ningún valor, que en su conjunto en nada contribuyen al mejoramiento de la imagen urbana y mucho menos al aumento de

la calidad de vida.

La decadencia de los barrios se acelera con la destrucción de la arquitectura histórica, de mejor calidad y mayor significación urbana, a cambio de proyectos mediocres de bajo costo en detrimento de su valor formal. Es en atención a esta realidad que nos ocupamos cada vez más ciudadanos en la tarea de proteger el patrimonio arquitectónico con el fin de conservarlo, al mismo tiempo que evitamos que se infecten nuestras ciudades con construcciones comerciales de baja calidad, causando un deterioro urbano generalizado. Es por esto por lo que miramos hacia el pasado no sólo los restauradores, sino todo mexicano que ya no tolera la decadencia de su ciudad; con sus fachadas ruinosas y grafitadas, entre tendidos de cables aéreos y losas de concreto armado con varillas expuestas y oxidadas, sin sombra de árboles ni el verde de los jardines, sólo construcciones grises e inexpresivas, que o bien son mudas, o no tienen nada que decir.

Ante esta realidad es que necesitamos atender a las lecciones de nuestra arquitectura histórica siempre tan digna y presente, con sus muros anchos y de color, algunos hechos de adobe y otros de ladrillos de barro, y así recreamos el pasado de nuestros paseos por senderos y callejuelas empedradas, por las plazas y jardines con muchos árboles, en aquellos tiempos en que todavía podía ver uno el cielo azul y sentarse un rato en una banca a adivinar las formas de las nubes blancas.

Tenemos que evitar que se pierdan la arquitectura histórica y nuestros recuerdos. No nos volverá a suceder, lo que nos refiere Israel Katzman en su libro, Introducción a la Arquitectura Mexicana del Siglo XIX: “el desdén de los arquitectos del siglo XX hacia la producción arquitectónica del siglo anterior fue la causa de que, solamente en la Ciudad de México se hayan perdido un mayor número de inmuebles porfirianos en siete décadas, que inmuebles coloniales destruidos durante el siglo XIX en todo el país”

Es un hecho que la arquitectura histórica y su conservación es ya un tema presente en el imaginario colectivo y cada vez más se les reconoce a estos inmuebles patrimoniales la enorme seducción que ejercen sobre las personas, algo que difícilmente se presenta con la arquitectura contemporánea. ¿Tendrá que ver esto con la austeridad de la arquitectura actual que lleva, como principio heredado de la teoría de la arquitectura moderna, el que la decoración en los proyectos es superflua e innecesaria pues no tiene función específica?; ¿será que pronunciamientos como los de la escuela del Bauhaus, o del alemán Ludwig Mies van der Rohe, con la frase de “Less is More”, menos es más, a la fecha no han logrado desgastar nuestro espíritu barroco? Ojalá así sea.

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