El terrible incendio del Museo Nacional de Brasil en Río de Janeiro fue una catástrofe inigualable, por la sensible pérdida que significó para la cultura de toda la humanidad. De acuerdo con la subdirectora del museo, Cristina Cerejo, se pudo haber consumido por las llamas hasta un 90 por ciento de una de las colecciones de antropología e historia natural, más valiosas del continente.
De inmediato las autoridades dieron curso a las investigaciones para conocer las causas de esta enorme tragedia, que acabó con gran parte de los 20 millones de objetos de valor cultural, que resguardaba el soberbio monumento del siglo XIX.
Como todos sabemos, menos de un año después ocurrió otro incendio de grandes proporciones, nada menos que en la catedral de Nuestra Señora de París, dando otro golpe contundente al patrimonio cultural universal. Una vez más, se anuncia que se llevarán a cabo las investigaciones pertinentes, para determinar las causas de la catástrofe que enlutó al mundo en general.
Hemos observado además del duelo por estos incendios, un interés generalizado por conocer sus causas. Sin embargo, poco se ha discutido sobre lo que vamos a hacer para que estos incidentes no se repitan y vuelvan a arrasar con el patrimonio cultural, que tanto valoramos y que les da sentido a nuestras vidas. En Brasil se está reconstruyendo el museo y en Francia la polémica es en torno a la manera más adecuada de restaurar las áreas dañadas, por el desafortunado incidente. Parece ser que estamos soslayando el tema central, que debería de ocupar a las instituciones públicas y privadas en establecer las bases que garanticen la integridad física de nuestro legado cultural, que en el caso de México se traduce en miles de monumentos históricos y artísticos, que lo distinguen internacionalmente.
Pasado el susto de los incendios que nos conmovieron es oportuno extraer alguna lección del infortunio y aplicarla en beneficio de nuestro propio patrimonio cultural. Se trata de adelantarnos a las catástrofes asumiendo una posición científica, y reconociendo mecanismos para la conservación de nuestros monumentos, en el marco de una inversión ponderada que responda a la realidad nacional. En el caso de los incendios, habría que determinar los diversos riesgos de cada inmueble y tomar las medidas pertinentes, para disminuir las condiciones de peligro de todos y cada uno de los monumentos significativos.
La evaluación de los riesgos habrá de determinar las acciones preventivas o de respuesta inmediata, considerando que cada monumento histórico o artístico es único y que requiere de procedimientos específicos de protección contra incendio, aunque pudiera haber algunas soluciones comunes. La consideración de los riesgos que enfrentan nuestros monumentos es el primer paso para su protección contra incendio. Esta es un área en la que se debe de involucrar a profesionales, y las soluciones propuestas, supervisadas por especialistas en restauración. Sólo que ya hay que hacerlo, antes de que sea demasiado tarde.