Los motivos de una causa

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“Felicidad no es hacer lo que uno quiere,

sino querer lo que uno hace”

Jean Paul Sartre

Algunos ciudadanos nos preguntamos, ¿será que alguna manifestación social como las que diariamente padecemos los capitalinos, obstruyendo el tránsito de personas y automóviles, destruyendo propiedad ajena, grafiteando inmuebles históricos y a veces vandalizando los comercios establecidos, constituye una práctica que se deba de tolerar por las autoridades?

¿Acaso estas marchas con causas que reivindicar, inequidades o abusos que delatar, indignación y protestas que exhibir, o frustraciones que demostrar, tienen en sus motivos la justificación de la alteración del orden público y del régimen de derecho? ¿Será que las expectativas de estos grupos, con diversas causas que exhibir en las calles, verdaderamente asumen que con su acción ciudadana pueden modificar el orden político que prevalece en un momento dado?; y, por lo tanto, consideran legítima su “marcha” social, muy por encima de la tarea de salvaguardar la integridad de nuestros monumentos históricos, factores de identidad y cohesión social.

¿Qué no se vale considerar que la conservación de nuestro patrimonio arquitectónico es una causa legítima y por lo mismo es nuestro deber legislar responsablemente al respecto de su protección? Basta con asomarnos al Paseo de la Reforma y ver el estado de deterioro de sus monumentos. Si en algo coincidimos los capitalinos que habitamos esta gran ciudad, es que ésta es una de las avenidas más bellas de México, y que lamentablemente ha sufrido un deterioro generalizado que no hemos podido revertir.

Esta gran vía fue trazada en el siglo XIX como una bella recreación de los elegantes bulevares europeos; llamada en su origen el Paseo de la Emperatriz, fue comisionada por el joven emperador Maximiliano, con el fin de honrar a su querida consorte Carlota Amalia. Meses después, ante el fracaso del Segundo Imperio, esta gran vialidad de corte imperial fue renombrada Paseo de la Reforma por el gobierno de Benito Juárez y más adelante alojó las fastuosas residencias de los porfiristas encumbrados, conformando un bello conjunto habitacional de gran lujo con lo más valioso de la arquitectura de inspiración esencialmente europea. Fue entonces que surgió la idea de que, con el ánimo de enriquecer esta bella avenida, en tanto que se honraba a los principales protagonistas de la Reforma liberal, por iniciativa del académico Francisco Sosa se convocó a todos los estados de la República a enviar dos esculturas de bronce cada entidad, que serían colocadas en pedestales de cantera a lo largo de la lujosa vialidad. Es así como se ennobleció el Paseo de la Reforma con esculturas de gran calidad, testimonio histórico de la Reforma liberal. Se realizaron dos etapas, una histórica a partir del siglo XIX y una contemporánea en el siglo XX: con un total de aproximadamente 77 obras en la primera

fase y 78 en la segunda.

El siglo XX y las protestas que se multiplicaron al final del periodo, sumadas al presente siglo han intensificado las “pintas” sobre los monumentos históricos, entre estos las esculturas del Paseo de la Reforma, cada vez con pinturas y aerosoles de mayor permanencia. Afortunadamente, el gobierno local ha tenido la sensibilidad de reaccionar al desgaste del patrimonio y a la degradación urbana de la elegante avenida. En las últimas semanas ha comisionado equipos de restauradores que mediante estudios específicos han dado una respuesta eficiente a las agresiones del grafiti. Estos profesionales, a partir de nuevas técnicas no invasivas supervisadas por el INAH, están recuperando la belleza de los monumentos, severamente manchados con pintas de las manifestaciones sociales, que pareciera que tienen en sus múltiples motivos para protestar, una plena justificación para alterar el orden público y el régimen de derecho.

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