El pasado 23 de julio, en La Jornada, Elena Poniatowska unió en un mismo obituario sus recuerdos de dos intelectuales diversos: la filósofa húngara Ágnes Heller y el poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar. Ambos nacieron casi a la vez, Heller en 1929 en Budapest y Fernández Retamar en La Habana en 1930, y murieron con unos días de diferencia. Dos vidas paralelas que resumen los dilemas del intelectual moderno, especialmente, durante la larga Guerra Fría.
Yo también los conocí. A Fernández Retamar en La Habana, en los años previos y posteriores a la caída del Muro de Berlín; a Agnes Heller en Berlín, en 2003, durante un seminario que organizaron el sociólogo Claus Offe y la revista Encuentro de la Cultura Cubana sobre las posibles enseñanzas, para la isla, de las transiciones democráticas en Europa del Este. Mis recuerdos de uno y otro, junto con la lectura de sus ensayos fundamentales, me inclinan a pensar más en las profundas divergencias entre ambos que en sus pocas afinidades.
Hubo dos cosas que compartieron Retamar y Heller: nacer en países pequeños —Cuba es sólo un poco más grande que Hungría— que pertenecieron al bloque soviético y ser lectores devotos de Georgy Lukács. Heller estudió con Lukács en Budapest en los años anteriores a la Revolución húngara de Imre Nagy, que ambos apoyaron y de la que Lukács llegó a ser Ministro de Cultura. Aquella revolución sería aplastada por los tanques soviéticos en 1956, Nagy fue ejecutado y Lukács y sus discípulos, Heller incluida, debieron sobrevivir a duras penas la sovietización de los años 60 y 70.
"Tras la caída del muro, mientras Fernández Retamar se aferraba a la preservación del mismo régimen del socialismo real en Cuba, Ágnes Heller y su esposo Ferenc Fehér defendieron críticamente las transiciones democráticas en Europa del Este"
Luego de ejercer la disidencia cultural interna contra el régimen comunista de János Kádar, Heller se exilió, primero en Australia y luego en Nueva York, donde llegaría a ocupar la cátedra Hannah Arendt de la New School of Social Research. Sus grandes estudios sobre la historia y la sociología de la vida cotidiana revelan que el ángulo de la filosofía de Lukács que más pesaba en su obra era el del papel de la subjetividad en Historia y conciencia de clase (1923) o los últimos ensayos del gran pensador húngaro sobre la ontología de la cotidianidad.
Retamar, en cambio, a pesar de —o precisamente por— provenir del círculo letrado de la revista católica Orígenes, de cultivar una poesía apolítica, de recibir un premio literario del régimen de Fulgencio Batista en 1952, de haberse formado en la teoría estética de René Wellek en la Universidad de Yale y de admirar profundamente a críticos como Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, giró, en los años 60, hacia una noción ideológica de la literatura y la política, favorable al socialismo real que se construía en Cuba. Para los años 70, el Lukács que interesaba al funcionario Retamar era el estalinista de la novela social y El asalto a la razón (1954).
"Hubo dos cosas que compartieron Retamar y Heller: nacer en países pequeños —Cuba es sólo un poco más grande que Hungría— que pertenecieron al bloque soviético y ser lectores devotos de Georgy Lukács. Heller estudió con Lukács en Budapest en los años anteriores a la Revolución húngara de Imre Nagy, que ambos apoyaron y de la que Lukács llegó a ser Ministro de Cultura"
En su ensayo más conocido, Calibán (1971), el cubano proponía una mezcla de nacionalismo descolonizador caribeño y marxismo-leninismo de corte soviético, que resultaba inadmisible para los propios defensores de la Nueva Izquierda guevarista latinoamericana. En textos estéticos como Para una teoría de la literatura latinoamericana (1975), Reyes y Henríquez Ureña eran rebasados por teóricos del campo socialista como la soviética Vera Kuteichikova, el checo Oldrich Belic o el húngaro Miklos Szobisci.
Tras la caída del muro, mientras Fernández Retamar se aferraba a la preservación del mismo régimen del socialismo real en Cuba, Ágnes Heller y su esposo Ferenc Fehér defendieron críticamente las transiciones democráticas en Europa del Este. No sólo eso, en El péndulo de la modernidad (1994), a cuatro manos, demandaron responsabilidad intelectual ante violaciones a derechos humanos en esos países. Retamar murió en La Habana leal a Fidel, Raúl y el Partido Comunista; Heller en Balatonalmádi, en pie de lucha, a sus 90 años, contra el autoritarismo xenófobo y racista de Viktor Orbán.