Las pintas recurrentes del patrimonio

larazondemexico

Parece mentira que a pesar de que el deterioro urbano de esta capital tiende a ganar terreno, los habitantes de la ciudad, que día tras día presenciamos el lamentable desgaste de nuestra arquitectura histórica, heredera de un pasado memorable, no hemos encontrado aún los medios adecuados para revertir este lamentable proceso.

Como podemos percibir, la recurrente agresión del grafiti en las calles del Centro Histórico y en el Paseo de la Reforma, zonas de gran valor patrimonial, sigue siendo una práctica obligada de toda manifestación para dar a conocer sus inquietudes mediante la apropiación ilegal de paramentos urbanos, en donde desahogan sus frustraciones con pintura y canalizan sus reclamos en una acción a todas luces inútil e injusta.

¿Por qué, si ya en ocasiones pasadas la participación de la sociedad civil organizada ha demostrado que puede ser un factor determinante para evitar las causas que desmerecen la calidad urbana, y un firme apoyo a las acciones de gobierno encaminadas en este sentido, la comunidad ya no ha intervenido con toda su influencia y capacidad organizativa, en la rehabilitación de esta gran urbe, que inclusive en los inicios del siglo XIX llegó a ser nombrada por el viajero inglés, Charles Latrobe, la Ciudad de los Palacios? Y viéndolo en retrospectiva, nos recuerdan Héctor de Mauleón y Rafael Pérez Gay con su interesante narrativa, en su publicación, Ciudad, sueño y memoria, ¿de qué otra manera se podía referir un extranjero a la capital de la Nueva España, cuando lo que ve sorprendido después de recorrer las calles no son más que los palacios señoriales de cantera gris y rojo tezontle de gran belleza, obra muchos de ellos de nada menos que de Francisco de Guerrero y Torres. Entre estos el Palacio de Iturbide, en la calle de Madero, el de los Condes de Santiago de Calimaya, hoy elegante sede del Museo de la Ciudad de México, el lujoso Palacio de los Marqueses de San Mateo de Valparaíso, hoy en día importante institución bancaria en la calle de Isabel la Católica, y muchos más, obras geniales de la arquitectura novohispana.

Lo que es verdaderamente trágico es que tal parece que no se tuviera conciencia de la belleza y valor conceptual de los monumentos históricos de primer orden, como los anteriormente nombrados, ahora con grandes deterioros ocasionados por la pinta de consignas, adhesión de papeles, etiquetas, estampas, calcomanías y carteles. Algunos más con incisiones, marcas de lápices, manchas, golpes y marcas de lápiz, crayones y plumones, con distintos fijadores. Otros factores agravan la situación, como la lluvia ácida, proliferación de bioincrustaciones, el guano de aves y roedores, así como la presencia de

insectos dañinos.

Recordemos que algunas acciones concertadas entre gobierno y sociedad que se han llevado a cabo en otras ciudades con problemas semejantes han tenido resultados positivos, partiendo de la sinergia de la asociación afortunada entre la comunidad y las autoridades del lugar. Basta con revisar la situación que padecía la población de la ciudad de Nueva York en los ochenta, entre inmuebles decadentes, desolación y violencia urbana, callejones oscuros entre basureros con fauna nociva y espacios públicos deprimentes, en un ambiente de abandono y grafiti generalizado.

En México, el gobierno de la ciudad, francamente decidido a enfrentar este mal que daña nuestro patrimonio edificado sin ningún reparo, ha puesto en marcha un plan de recuperación de nuestra arquitectura histórica afectada por las pintas recurrentes. En estrecha colaboración con el INAH ya se están tomando medidas de emergencia encaminadas a la salvaguarda de nuestro patrimonio cultural, sometiéndolo a una limpieza físicoquímica especializada, misma que deberá de devolverle las características que conformaron su gran valor de origen. Ahora toca a los manifestantes resolver sus conflictos sin causar ningún daño patrimonial, con el fin de promover sus nobles causas sin que éstas

desmerezcan su nobleza.

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