Montparnasse, París, 1915, Simone (siete) y su hermana Heléne (cinco) escuchan un pleito entre sus padres. El abuelo materno ha caído en bancarrota y además de ser despedido del banco donde era presidente, fue enviado a prisión por fraude; la familia enfrenta la vergüenza social. El padre de Simone planeaba vivir de la riqueza de su esposa y este revés hace que todo cambie.
La familia extendida de Beauvoir pertenece a la rica burguesía, donde los códigos morales y sociales se conservaban. De las mujeres, se asumía que crecían para casarse con alguien de su misma clase, el padre otorgaba una dote económica; se mantenían vírgenes hasta su matrimonio y pasaban de obedecer a sus padres, a obedecer a sus esposos. La quiebra del abuelo llevó a que el papá de Simone nunca recibiera su “dote”. Sus padres se dedicaron al teatro.
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Desde pequeña, Simone destacó por su inteligencia, aprendió a leer a los tres años, a los siete ya escribía ensayos literarios; siempre fue la mejor de su clase.
En este estado de cosas, su padre decidió que la situación de la familia sólo podía mejorar si sus hijas estudiaban una carrera. A Simone le decía: “tienes un cerebro de hombre”, nunca le escondió que se sentía frustrado por no haber tenido un hijo varón. Su madre, una mujer religiosa, le inculcó su pensamiento a las niñas; sin embargo, en plena adolescencia, la mejor amiga de Simone murió de meningitis y ella se declaró atea.
A los 21 años ya se había graduado de filosofía, se volvió profesora agregada y empezó a ser independiente económicamente. Por ese tiempo conoció a su colega, Jean-Paul Sartre, con quien inició una relación de pareja que duraría hasta la muerte del filósofo. Dos años después, él le propuso matrimonio y ella se negó; en uno de sus libros explicó por qué: “el matrimonio multiplica por dos las obligaciones familiares y las faenas sociales, el afán de preservar mi propia independencia no pesó mucho en mi decisión”, de la misma forma optó por nunca tener hijos.
Ha elegido ser escritora y mantenerse como maestra, empieza a publicar en 1946, su obra cumbre: El segundo sexo, vendió 22 mil ejemplares en la primera semana y se convirtió en el marco teórico de la liberación de la mujer, a la que ella le dedicó su vida, basada en sus observaciones personales que se enriquecían con sus viajes, su trato con colegas y la escritura de su autobiografía.
En 1975, a sus 67 años, aceptó una entrevista televisiva en el programa Questionnaire, dirigida por el periodista Jean-Louis Servan Schreiber, con la pregunta “Por qué yo soy feminista”, en donde su filosofía ha madurado y ella habla con palabras que salían con rapidez y claridad, diciendo verdades que siguen vigentes en la actualidad; destaco algunas: “las mujeres han sido apenas representadas por sí mismas, son construidas por la mirada de los otros, los hombres”; “he creado la palabra sexismo porque es análoga a racismo, que es una doctrina que justifica discriminaciones por sus razas; el sexismo es la actitud que pretende establecer discriminaciones entre los seres humanos por sus sexos”. “Hemos empezado a hablar de sexismo por los insultos que los hombre profieren contra las mujeres, nos gustaría obtener la no discriminación no sólo en el ámbito de las injurias, sino que se incluya en la manera de educar a los niños”. “En las mujeres ha habido gritos de revuelta, pero no han tenido tanta repercusión, esto se debe a que en su conjunto las mujeres tampoco son feministas, si algunas mujeres han levantado la voz, sus gritos no han sido escuchado por las otras”, “la educación de la mujer en su infancia tiene estructuras depositadas en ellas mismas por sus madres que son muy difíciles de despegar del todo”, “cuando un niño toma iniciativas independientes o insolentes o quiere ciertas cosas se le incentiva, en cambio, a la niña se le pone en su sitio enseguida, el niño se relaciona con su madre y cuidadora que se divertirán con él y para los dos o tres años está acostumbrado a exhibirse”, “en cambio a la niña se le enseña a esconderse, a no mostrarse, a ser pudorosa, lo que es un comportamiento construido, es decir, las mismas madres inician la discriminación, ellas cuidan esta tradición”.
El viernes pasado observamos un comportamiento que “no se esperaba” de las mujeres, pero sí se entiende en los hombres, como diría Simone de Beauvoir; con inusitada violencia demandaron justicia, pero ante todo, protección contra la agresión que sufren. Este reclamo no está centrado en los últimos meses, sino que son años de discriminación y agresión sexual descarnada que en muchos casos llega a la muerte. Si las autoridades creen que convocando a un diálogo con algunas de las organizaciones feministas, este grave y lacerante problema se va a resolver, quiere decir que no tienen la solución. Urge evitar pretextos. El remedio podría estar en la convergencia de todos los grupos sociales de nuestro país para encontrar una urgente respuesta que le devuelva a las mujeres a lo que tienen derecho: libre tránsito y seguridad en las calles.
En sus palabras: “El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”.