Comitán, Chiapas, 1932, Rosario (siete años), es consolada por su nana, una india chamula; es la única que la ha cuidado, llora sin poder detenerse; su hermano Benjamín (seis años) ha muerto.
Ella, como casi todos los hermanos mayores, sufría de celos. En su autobiografía Balún Canán, narra lo que pensaba: “¡Cómo no se muere para que a mí me quieran como a él”; era común en esa época en que el hijo varón era el favorito. Sus padres entraron en un duelo interminable; la niña escuchó a su padre decir: “ahora ya no tenemos por quién vivir. ¿Por qué murió el varón y no la mujercita?”. Cuando Castellanos se acercaba a su padre, le decía: “ahora ya no tenemos por quién luchar”; la hipótesis de la escritora Elena Poniatowska. en su libro Las indómitas, es que esta culpabilidad puede ser la clave de su desarrollo posterior, de su vocación de escritora, de su soledad y de su desamor.
Lo que sí es muy claro, es que a partir de ese momento sintió, como muchos hijos que pierden hermanos, que debía tener los logros de los dos: su genialidad se lo permitió.
Su infancia la describió en sus libros y en artículos que escribía para periódicos; el 19 de julio de 1973, para Excélsior, detalla su propia percepción: “hija única, sin asistencia regular a ninguna escuela o institución infantil en la que me fuera posible crear amistades. Abandonada durante mi adolescencia a los recursos de mi imaginación”.
Cuando Rosario tenía 14 años, la familia Castellanos sufrió la expropiación de sus tierras por la Reforma Agraria, se trasladaron a vivir a la Ciudad de México. En la secundaria le prohibieron correr y jugar por su delgadez extrema; se la pasaba leyendo y al empezar a escribir encontró un espacio que la
acompañaría siempre.
En menos de un año murieron sus padres. Sola, a los 23 años, y con poco dinero, se graduó como maestra en filosofía por la UNAM y se dedicó a trabajar como profesora y escritora.
El 23 de junio de 1950, con 24 años, se presentó en el Aula José Martí de la Facultad de Filosofía y Letras provocó sorpresa en sus sinodales con sus cuidadosas observaciones de su tesis de maestría “Sobre la cultura femenina”, pues lejos de defender el papel de la mujer, apoyada en Max Scheler, Castellanos argumenta: “para las mujeres la cultura es un medio secundario”, pues su modo directo de creación es tener hijos. Solicita una valoración igualitaria en la que los dos géneros sean dignos y valiosos.
Para 1970, su tesis ha evolucionado incluyendo los conceptos de Simone de Beauvoir y la filosofía existencialista; logra hacer literatura con su vida diaria, sus novelas son autobiográficas, expone sus conflictos personales a la luz pública, es tan directa y honesta, que integrando la filosofía y su genialidad nos ayuda a comprendernos.
En un serio análisis, Castellanos afirma que los hombres no son nuestros enemigos naturales, nuestros padres no son nuestros carceleros natos; somos nosotras las que debemos luchar por el respeto, con base en la independencia.
Un día clave para las mexicanas fue el 15 de febrero de 1971, cuando Castellanos pronunció un discurso en el Museo Nacional de Antropología; su tema fue el trato indigno entre hombre y mujer en México, sus conceptos la hacen la precursora intelectual de la liberación femenina; denunció la injusticia y la falta de equidad para la educación, la obligación en las tareas domésticas que no consiguen una remuneración, que las mujeres no fueran dueñas de su cuerpo. Toda su obra desde 1955 estaba encaminada a explicarse el rechazo que ella había sufrido, buscando explicaciones de lo que significaba ser mujer
en nuestro país.
En su única pieza teatral: El eterno femenino, que terminó en 1974, meses antes de su muerte, dirige su sátira a los hombres, desafiando el papel que le han dado a las mujeres a lo largo de la historia. Aparecen Eva, Sor Juana, La Malinche, Josefa Ortiz de Domínguez, la emperatriz Carlota, Rosario de la Peña y Adelita; todas lúcidas e ingeniosas. A través de estos retratos, Castellanos modifica y rectifica la historia oficial de México, protagonizada y escrita por hombres. La escritora propone que estas mujeres no fueron testigos pasivos, sino que tuvieron una motivación individual, una fuerte personalidad y pone en tela de juicio la imagen misógina escrita por los hombres. Para ese tiempo, Castellanos estaba divorciada, con su hijo Gabriel (13 años) y ella misma se ubica en su realidad, cuestionando cómo todas las mujeres tienen en común vivir en un limbo de ideología que se les ha impuesto, que se mueven en una sociedad de consumo que les dice qué tienen que comprar y cómo deben actuar.
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Pasó a la historia como la escritora mexicana más importante del siglo XX. Murió a los 49 años, mientras era embajadora de México en Israel. Está sepultada en la Rotonda de las Personas Ilustres.
En sus palabras: “yo fui capaz de romper amarras y de partir y de permanecer temblando (al principio de miedo y ahora de maravilla), porque tengo entre mis manos ese tesoro desconocido que se llama libertad”.