Paul Cézanne: su contribución a las neurociencias

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Aix, Francia (1853), Émile Zola y Paul Cézanne de 14 años festejan su graduación del Colegio Bourbon, uno de los mejores de la Provenza, han ganado los primeros lugares, su amistad es peculiar: Zola es un niño flacucho, huérfano de padre que vive con su madre en medio de la pobreza, Cézanne pertenece a una familia acaudalada,  es inquieto, ansioso, un poco brusco. Empezaron a ser amigos al defenderse mutuamente del rechazo de los compañeros, encontrando una forma de hermandad, hacían todo juntos: cazaban, pescaban y nadaban; después leían poesía y filosofía que discutían, y lograron esa armonía que duró hasta los 40 años.

Cézanne empezó a pintar en la adolescencia, aunque para dar gusto a su padre ingresó a la escuela de Derecho, dos años después la abandonó. Con 22 años se trasladó a París para ser pintor, llegó a vivir con su amigo Zola, a regañadientes su padre le enviaba pequeñas cantidades de dinero. Pintaba diferente a todos, entonces fue rechazado en la escuela de Bellas Artes, admiraba a Manet y Delacroix, le urgía vender sus obras para ser independiente, las llevaba a exposiciones, pero el jurado oficial del Salón de París las consideraba “extrañas”, así que en 1863 consiguió exponer en el “Salón de los Rechazados”, famoso por darle espacio a los considerados “ de vanguardia”.

La razón por la que su pintura era tan diferente, radicaba en que el artista creía que el éxito estaba centrado en la representación de su propia sensación personal. Para el profesor Paul Smith, de la Universidad de Warwik, Inglaterra, Cézanne ya sabía que la visión tiene dos lados: uno que significa “ver el objeto” en el sentido normal de la palabra y otro que envuelve “la experiencia interna” tangible. Ya en 1940 el filósofo Maurice Merleau-Ponty, que era devoto de Cézanne, afirmó que su uso del color llevaba doble intención: capturar lo visible y lo accidental,  que depende de la luz, mandando una señal cerebral al sentido del tacto que nos hace sentir que lo tocamos, una forma de sinestesia, que es cuando un órgano de los sentidos estimula a otro, en este caso era vista-tacto y lo hacía en forma propositiva.

Para Amy Ione, investigadora de arte y neurociencia cognitiva, Cézanne desarrolló una técnica particular que consistía: empezar con “manchas”, para captar la visión inicial, añadiendo figuras vitales y vibrantes (como duraznos), en forma deliberada usando una lógica visual. Sin embargo, Cézanne explicaba: “hay dos factores en un pintor, el ojo y el cerebro, que se necesitan ayudar uno al otro, se debe trabajar en su mutuo desarrollo, uno pinta lo que el ojo observa de la naturaleza; se concentra en lo que procesa su cerebro, las sensaciones toman una lógica al organizarse y proveer una forma de expresión, la vista se debe concentrar y el cerebro encuentra la manera de sentir”.

Su técnica era lenta y se tardaba mucho en terminar sus obras, (algunas las dejaba inconclusas y otras las quemaba), era solitario y tímido, los impresionistas como Monet y Renoir admiraban su arte, pero sabían que no era un impresionista clásico, pues incluía otros elementos como la geometría. Pasó a la historia, como un posimpresionista que hizo el puente para el cubismo.

Siguió siendo muy cercano a su querido amigo Zola, hasta que el escritor se inspiró en su vida para su libro La obra, en el que habla de Claude Lantier, un artista fracasado y trágico que termina suicidándose. Cézanne se sintió muy decepcionado de que ni su mejor amigo lo comprendiera y rompió la amistad.

Paul Cézanne fue un hombre adelantado a su época, se esforzó tanto por comprender y reflejar la complejidad neurológica de la percepción visual; pagó con su soledad esta aportación a la ciencia. Algunas de sus principales obras son, a la fecha, objeto de investigación de las neurociencias.

En sus palabras: “No se trata de pintar la vida, se trata de hacer viva la pintura”.

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