Las remesas enviadas a países en vías de desarrollo, desde países desarrollados, han alcanzado un nivel significativo en todo el mundo. De acuerdo a datos del Banco Mundial, retomados por el Financial Times (http://ig.ft.com/remittances-capital-flow-emerging-markets/), se estima que hay unos 270 millones de personas en el mundo que trabajan fuera de sus países de origen (más del doble de la población de México); y se espera que esos migrantes envíen en 2019 unos 689 mil millones de dólares a sus lugares nativos.
En México, las remesas recibidas alcanzaron un nivel importante desde hace varios años. Según datos del Banco de México (Banxico), en octubre de 2008 se recibió la cifra récord de 2,637 millones de dólares mensuales. La crisis de 2009 redujo el nivel de remesas que se recibían, pero en mayo de 2017 se volvió a romper récord, con 2,694 millones de dólares. Desde entonces, la tendencia ha ido al alza y se volvieron a registrar niveles mensuales récord en octubre de 2017, mayo de 2018 (cuando se superaron por primera vez los 3 mil millones de dólares) y mayo de 2019 (3,282 millones de dólares, el nivel mensual más alto desde que se tiene registro).
En 2017, según el Banco Mundial, entraron a México 30,600 millones de dólares en remesas, equivalentes al 2.7 por ciento del PIB de ese año. De esas remesas, 30 mil millones de dólares (98 por ciento) vinieron de Estados Unidos. Según Banxico, el monto total aumentó en unos 3 mil millones de dólares para 2018.
El dinero que envían los migrantes a sus países de origen genera efectos encontrados. Entre los efectos positivos, suele llegar a estratos bajos de ingreso y ayuda a fortalecer la inversión en capital humano (sirve para pagar educación y salud de otros miembros de la familia); es más confiable en casos de desastre o crisis que la inversión externa o la ayuda internacional; y puede ayudar a sacar a una economía emergente de un bache. Entre los efectos negativos puede transmitir la desaceleración de economías desarrolladas a economías emergentes —como la baja en las remesas recibidas en México en 2009, a raíz de la mala situación económica de Estados Unidos—; puede generar un incremento en los precios en los lugares a los que llega; y puede provocar que los gobiernos reciban menos presión de los ciudadanos cuando la economía va mal.
Aunque las remesas son un apoyo para las economías emergentes y pueden representar un alivio para muchas familias de bajos ingresos, no deberían ser tomadas como buenas noticias por completo. AMLO ha celebrado públicamente —en múltiples ocasiones— que se están recibiendo niveles récord de remesas; debería entender que depender tanto de esas transferencias es nocivo y es una vulnerabilidad. Recibir remesas anuales que equivalen al tres por ciento del PIB implica que algo en la economía nacional no está funcionando: que, incapaz de ofrecer oportunidades a sus jóvenes, está dejando ir a un ejército de talentos, exportando mano de obra, en vez de bienes y entrando en un círculo vicioso de estancamiento.