Agustín de Iturbide: el valor de la reivindicación

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Foto: larazondemexico

Valladolid (hoy Morelia), 1790, Agustín de Iturbide (ocho años) viaja con su padre a la hacienda de Quirio, la cual pertenece a su familia. Se espera que siendo el único varón empiece a conocer el trabajo. Lo preparan para cabalgar su potrillo, es lo que más disfruta hacer.

Ha crecido como el hijo favorito, de los cuatro que han nacido sólo sobrevive la hermana mayor. Su madre tuvo un parto muy difícil, para ayudarla, le colocaron la capa de un santo de la región que se encontraba en la iglesia de San Agustín, es por ello que el niño lleva ese nombre. Su padre: español peninsular, su madre:  criolla. Era una familia solvente, por lo que recibió una educación  poco accesible en esa época. Estudió primaria en casa, siguió en el Colegio de San Nicolás, donde llevó latín, filosofía, retórica, teología y sagradas escrituras. Le gustaba la vida del campo, por lo que dejó la escuela y siguió el negocio familiar.

Por ese tiempo, la Oficialía de España decidió crear milicias que defendieran al Virreinato. A los 14 años, Iturbide se enroló en estos grupos bajo las órdenes del conde de Rul, este cargo era un escaparate importante para los criollos, que ascendían en la escala social.

El resto lo sabemos: su carrera como militar fue en ascenso y actúo como artífice de la Independencia de México en 1821, el Ejército Trigarante, que él encabezó, puso fin a tres siglos de dominación española. Es importante señalar que en esa época era común y perfectamente aceptable que los países fueran gobernados por un emperador, virrey y desde luego, los reyes históricos. El hecho de que la población en su júbilo, y desde luego los “nobles mexicanos” y la iglesia católica lo proclamaran emperador de México, era acorde con la época. Cuando Iturbide asumió el trono había en el tesoro nacional únicamente 47 pesos y una deuda documentada de 70 millones, misma que se pagó hasta el Porfiriato. De tal forma que los ejércitos realistas e insurgentes demandaban su paga, pues llevaban diez años luchando sin recibirla, entre ésta y otras causas abdicó dos años después y se refugió en Europa, donde escribió muchas cartas en las que explicaba su posición política.

En 2018 fue publicado el libro Iturbide. El otro padre de la Patria, escrito por Pedro Fernández, quien en una entrevista para El Financiero Bloomberg, del 9 de agosto de 2018, dice: “es una historia diferente, es el punto de vista de los realistas, encaminada a que la gente conozca cómo conseguimos la Independencia a través de esas cartas que Agustín de Iturbide escribió a todo el mundo para convencerlos de que su plan era mejor”. En este libro, Fernández, quien consiguió la información de archivos que están en Washington, a donde se los llevó su viuda después de su fusilamiento, explica que se ha tratado de borrar a Iturbide de la historia y sólo se ve a Guerrero y a Guadalupe Victoria, sin considerar que en los primeros meses de México independiente fue muy difícil gobernar.

Estando en Inglaterra se enteró que había un intento de reconquista por parte de la Santa Alianza, que planeaba ayudar a España a recuperar a México; tratando de apoyar a su país mandó una carta al Congreso, donde explicaba que viajaba de regreso para ayudar, sin buscar el poder. Le respondieron que lo consideraban un  “traidor”, merecedor de pena de muerte, información que aparentemente Iturbide no recibió, por lo que a su llegada, en julio de 1824 fue arrestado y fusilado, tenía 40 años.

Las razones por las que su imagen está distorsionada se basan en que hemos visto la historia de México a través del republicanismo, por lo que Iturbide, como primer emperador, es considerado un traidor a la República.

La historia de un país no la hacen solamente los liberales o los conservadores, en ella participamos todos.

Al hablar de Iturbide afloran las pasiones “reaccionarias” de los que, abusando de su posición, escriben la historia oficial. Sin duda alguna Agustín de Iturbide es una figura determinante en la nueva nación mexicana que empezó en 1821.

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Hoy, que parece una moda escindir en dos bandos a la libertad de pensamiento,  la historia de Iturbide nos debe hacer reflexionar si el camino adecuado para México es la polarización ideológica. En 1838, bajo la presidencia de Anastasio Bustamante, los restos mortales de Iturbide fueron trasladados a la Ciudad de México y se inhumaron con honores en la Capilla de San Felipe de Jesús, en la Catedral Metropolitana, donde permanecen hasta ahora, exhibidos en una urna de cristal.

En sus palabras: “la división de los pueblos es causa precisa de su desolación”.

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