Consuelo Suncín de Saint-Exupéry: la rosa del Principito

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Foto: larazondemexico

Cuando Consuelo Suncín llegó a México a estudiar periodismo, en 1923,  tenía 22 años,  pero la hermosa salvadoreña ya era viuda.

En una entrevista a José Vasconcelos, que por ese tiempo era rector de la Universidad, lo dejó tan impresionado que empezaron una relación extramarital, la cual continuó en su exilio en París, donde a ella le quedó claro que su lugar sería ser “la amante”, por lo que lo dejó por un importante diplomático: Gómez Carrillo, quien cayó rendido a sus encantos e inteligencia y se casó con ella; sin embargo, en menos de un año él murió, dejándole una hermosa casa en la Costa Azul francesa y una herencia importante; viuda otra vez a los 24 años decidió establecerse en Buenos Aires, lo tenía todo para ser feliz.

En 1931, un conde francés, piloto aviador llegó a trabajar a esa ciudad. El día que los presentaron él se enamoró de ella y le pidió que se casaran. Se trataba de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito. Meses después fue la boda en Francia, para él su primer matrimonio, para ella,  el tercero; tenían 31 y 30 años, respectivamente.

Paul Webster, biógrafo de ambos afirma que la vocación de Consuelo era seguir a un gran hombre, ya fuera a la ruina o a la gloria.

En Francia, su matrimonio fue mal recibido, decían que era una “mujerzuela interesada”.

Su unión fue turbulenta e inestable, él empezó a ser infiel, egoísta, avaro con ella, para derrochar con sus amantes; la respuesta de Suncín fue la de una mujer enojada, que buscaba amantes, hacía caprichos, se enfermaba de asma, lo amenazaba con dejarlo y esto iba seguido de reconciliaciones apasionadas.

El trabajo de piloto de Antoine los llevó a vivir en muchos lugares, donde él le ponía una casa aparte y se buscaba una amante; ella le hacía dramas y vuelta a lo mismo.

En 1939, después de varios años separados, se volvieron a reunir en Nueva York, al repetirse el ciclo ella le pidió el divorcio y cuando estaban frente a un abogado que estaba haciendo el trámite, él le pidió otra oportunidad, se reconciliaron definitivamente y para rendirle un homenaje escribió El Principito. La infidelidad y las dudas acerca del matrimonio son simbolizadas por el campo de flores que se encuentra el pequeño príncipe en la Tierra, el zorro es quien le dice que su “Rosa” es especial porque es a ella a quien realmente quiere, es la flor que creció en “su planeta” y la protege (de sus problemas respiratorios) bajo una campana de cristal,  sabe que se cree única en el mundo, se estima capaz de dominar a cualquier hombre y, al mismo tiempo, mantiene esa actitud provocativa de defensa, pues se sabe débil; la rosa aparece rodeada de volcanes, El Salvador era un país con muchos volcanes. Toda la acción transcurre en un desierto imaginario, que es el de Libia, donde él tuvo un grave accidente en 1935. Esta historia de amor dejó el tercer libro más leído en la historia, después de la Biblia y el Corán; ha vendido 140 millones de copias y se suman un millón cada año, se ha traducido a 366 idiomas.

El psicoanalista Eduardo Rendón en su artículo: La importancia del vínculo, publicado en 2016, afirma que basados en las experiencias infantiles, los seres humanos desarrollamos   lazos selectivos y perdurables que nos permiten cuidar a nuestra pareja. Si en nuestra infancia hay fallas en el desarrollo, se puede generar un trastorno en cómo nos relacionamos, y ya sea por ansiedad, depresión o inseguridad “necesitamos” experimentar relaciones fuera de las que hemos formado, convirtiendo a la experiencia del infiel como la manera más común de atacar las uniones. Los estudios recientes que relacionan estas experiencias como dependientes de los circuitos neuronales afirman que más allá de lo que nos empuja a dejarnos llevar por nuestros impulsos está la parte cognitiva, que en la vida adulta nos conduce a generar la conciencia de cuidar a quienes escogemos como pareja a través de la exclusividad.

Antoine de Saint-Exupéry murió en 1944, en un accidente aéreo, cuando encontraron los restos de su avión en el fondo del mar Mediterráneo, también hallaron una cadena en la que había grabado el nombre de Consuelo.

En las palabras del Principito: “he aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”.

A mis lectores: haré una pausa en mi columna a partir de esta fecha con la finalidad de desarrollar otros proyectos; agradezco al periódico La Razón y a mis lectores la oportunidad que me han dado.

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