David Huerta, Premio FIL

Foto: larazondemexico

Cuando David Huerta me citó en su casa para hacer la corrección de pruebas de mi primer libro, hace veintiún años, me costó trabajo creerlo.

Llevaba ya años leyendo su poesía con fascinación, tal vez porque se me escapaba y me dejaba alucinando, repitiendo versos que en primera instancia eran una música nueva para mí y que poco a poco se cargaban de sentidos y posibilidades. Sigue siendo para mí una propuesta radical y muy bella, original, arriesgada y desafiante, una poesía que siempre me ha impulsado a escribir y en no pocas y torpes ocasiones a emularla. Jamás me he curado de Incurable ni lo haré, afortunadamente, ese poema maestro como el dolor. Y sí: ¡David Huerta iba a corregir mi primera tentativa como autor!

La experiencia sobrepasó todas mis expectativas. Antes de leer, David me enseñó a ver el libro como artefacto, su diseño editorial, su tipografía, la caja de texto, el uso de los blancos, los descolgados…  Incluso sacó un tipómetro con el que medimos interlineados, sangrías y demás propiedades del texto. Me confesó que le encantaba el término en inglés que se usa para denominar la división de estrofas: stanza break, y entendí que el poeta, incluso en su avatar de editor, siempre está alerta, escribiendo mentalmente. Sólo entonces leímos y esas horas trabajando mis poemas con él fueron un lujo que hasta hoy no sé cómo agradecer, además de que me inocularon el vicio de la meticulosidad editorial, también incurable. Así comenzó mi relación personal con él, tan importante en ese momento para mí que Déborah Holtz, la directora de la editorial, se refería a mí, dirigiéndose a él, como Julio Tu hijillo… Yo lo apodé directamente “Amistad”, y él me devuelve el mote generosamente: ¿Qué pasó, Amistad?

No cabe aquí su semblanza, como extraordinario poeta, como agudísimo lector, como maestro y tutor, como amigo (que ha estado para mí en tiempos difíciles). He leído el Siglo de Oro español a través de sus ojos, a López Velarde (veteado con la cátedra de Gerardo Deniz), a Gorostiza, mucha poesía en inglés (¡me regaló su ejemplar de The Pound Era, de Hugh Kenner!), mucha crítica literaria y cultural (le debo a Gilbert Highet, a Pietro Citati…) y mucha ciencia ficción, que él lee con voracidad y cuyo influjo ha permeado su poesía. Es, además de un consumado hombre de letras, un ciudadano activo, preocupado, valiente, siempre interrogando y criticando al “monólogo obtuso del poder” desde su individualidad libérrima.

David Huerta recibió hace un par de días el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, y la justicia de ese galardón es cien por ciento poética, porque el poeta no se desentiende del mundo sino todo lo contrario: lo pone en crisis, y es, como dijo Shelley citado por David cuando recibió el premio, un legislador no reconocido. Legisla desde una ética que es una estética que no rehúye el lado oscuro, violento, corrupto del presente, pero tampoco deja de escribir esos deslumbrantes poemas ni de cuidar, con verdadero amor de aedo, las palabras de la tribu. ¡Felicidades, Amistad!

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