Un año de 4T: la confrontación social que se está gestando

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Decir que México es un país políticamente polarizado hoy, es una obviedad. La política mexicana lleva polarizada desde al menos hace dos décadas. Pero en 2019 hemos alcanzado niveles que debieran empezar a preocuparnos.

Donde y quién originó esta división es una discusión inútil a estas alturas. Prácticamente toda la clase política del siglo XXI abonó a ella. Pero hoy, los responsables son nuestros actores políticos, empezando por el Presidente de la República.

Para AMLO, es claro que la confrontación es la base de su estrategia. Frente a cualquier tipo de señalamiento hacia su administración, la respuesta está en descalificar al atacante. Los señalamientos no se admiten a debate.

Esto no es nuevo. Desde la década de 1990, AMLO construyó su posicionamiento basado en marcar diferencias personales entre él y sus adversarios, antes que sus argumentos o posturas ideológicas, especialmente en momentos de crisis.

Pero no es lo mismo hacerlo desde el papel de opositor, que desde la Presidencia de la República. Porque hoy, debe saberlo el Presidente, un dicho o siquiera una insinuación suya contra cualquier actor político o social, desata contra ellos una ola de ataques de sus más viscerales seguidores.

Y una cosa es desacreditar a sus adversarios, aprovechando el descrédito con el que ya cargan los partidos y la clase política, que soltar sus redes contra actores sociales que quedan en medio de la coyuntura por trágicas razones.

Hace unas semanas, tras la masacre en la que fueron asesinadas mujeres y niños de una comunidad mormona en el norte del país, el presidente rompió esta barrera. La falta de empatía, de reconocimiento del dolor de las víctimas y la politización de su respuesta, abrió la puerta de la más vil ola de ataques en redes sociales contra la familia Le Barón.

Luego de que los LeBarón osaron pedir –correcta o incorrectamente– que el ataque del que fue víctima su familia fuera tratado como un acto terrorista, las redes sociales se lanzaron contra ellos. Poco importa si su petición era o no correcta. La reacción contra ellos no vino en el muy legítimo debate de argumentos. No, las redes sociales en “defensa” de la Cuarta Transformación los despedazaron.

Que la división política pueda cegar tanto a algunas personas para no poder sentir empatía alguna por quien acaba de perder a familiares en manos del crimen organizado debiera prender todas las alertas de la confrontación social que se está gestando.

Del lado de la oposición el panorama tampoco es mucho más alentador. Hace más de un año que, con contadísimas excepciones, las fuerzas de oposición han dejado de comunicar más allá de su oposición a AMLO. Qué defienden, qué abanderan, que causas promueven, es una incógnita. Existen, hoy, para oponerse a AMLO.

Sólo así puede entenderse que la cercanía de la dirigencia nacional del PAN con Vicente Fox, quien renunció al PAN y llamó a votar por su enemigo histórico, el PRI.

Un México tan polarizado, confrontado, donde el debate argumentativo ha sido totalmente desplazado por los prejuicios y la toma de partido absoluta a favor o en contra del Presidente, es muy riesgoso para el futuro.

Para la clase política es momento de hacer un alto y repensar el debate. Entender la responsabilidad que tienen. El país está en un momento de definiciones y sobre ellas debería girar toda la discusión. No importa lo conveniente que coyunturalmente sea para salir de una crisis, a largo plazo, la apuesta por la polarización está gestando una confrontación social que no puede tener un buen desenlace para México.

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