La hipótesis cosmológica de que el universo tiene un principio y un fin es una de las características distintivas de nuestra civilización. De acuerdo con la tradición bíblica, Dios es el creador del universo y será él quien le ponga punto final en un apocalipsis justiciero.
Sin embargo, a pesar de que el cristianismo tuvo, desde su origen, una idea histórica de la creación –puesto que suceden cambios en la relación entre Dios y el hombre, el más destacado de ellos, la llegada del Mesías–, no concebía una secuencia de transformaciones en el universo físico y natural. Según una lectura común del Génesis, Dios creó el universo entero, tal y como es ahora. No obstante, los científicos han descubierto evidencias incuestionables de que el planeta y el universo entero han ido cambiando a lo largo de su existencia. Darwin nos enseñó que la vida en la tierra ha evolucionado desde las primeras células hasta la aparición del Homo sapiens. Pero la cosmología científica también nos propone una historia del universo, desde el Big Bang, hasta nuestros días, en los que las galaxias siguen moviéndose a enormes velocidades en una dirección desconocida.
La Iglesia católica ha sido capaz de incorporar estos descubrimientos dentro de su cosmovisión actual. Más aún, no pocos de los científicos que han colaborado en estos avances han sido sacerdotes católicos. Uno de ellos fue Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) quien acuñó el concepto de “punto omega” para formular una peculiar cosmología que combina, de manera armónica, una aproximación estrictamente científica con la religiosa.
Teilhard afirma que a partir de un punto alfa del que parte el universo entero se ha dado un proceso de evolución de la energía y la materia que ha ido avanzando en la conformación de distintas esferas de realidad: desde las más básicas, digamos las partículas elementales, hasta las más complejas, las orgánicas, y, por encima de todas ellas, el ser humano. Pero más allá del advenimiento de la noosfera, hay un momento último en el proceso ascendente del universo, el punto omega, que congrega a todas las personas en una unidad convergente que respeta las diferencias individuales entre ellas. Este punto omega no puede ser un punto abstracto sino que debe ser, él mismo, personal, consciente, pensante. Las personas individuales deben querer integrarse a ese punto por considerar que sólo ahí encontrarán la realización de sus aspiraciones. De acuerdo con su fe católica, Teilhard sostiene que este punto omega es Jesucristo.
Uno de los peligros que yo advierto en la construcción de una red digital en la que estuvieran inmersos –por no decir, prisioneros– todos los seres humanos es que podría intentar usurpar el lugar de ese punto omega. ¿Estamos dispuestos los seres humanos a entregar nuestra personeidad a ese Golem computacional? ¿Será ése el escalofriante fin de la historia?