China no ha perdido su toque de misterio de antes de su apertura al comercio internacional. Su poderío económico e influencia fue la razón por la que las naciones y los organismos internacionales voltearon hacia otro lado ante las excentricidades del gigante asiático en temas tan torales como los derechos humanos, la manipulación de su moneda y sus cuestionables prácticas comerciales. Sin embargo, ahora el mundo se ve afectado por una epidemia de gran potencial y las dudas sobre el manejo de la información cobran relevancia.
El carismático líder Xi Jinping es un político incuestionado, con una fabricada imagen que cuida todos los detalles para hacerlo ver como sabio, culto, decidido, siempre en lo correcto y atinado. Ahora, se discute sobre la forma en la que atendió el brote inicial del virus en Wuhan y la culpa va y viene del gobierno local a las manos de Xi. O Xi fue ignorante del problema hasta que fue demasiado tarde, o sus órdenes tempranas fueron ignoradas por las autoridades provinciales. En cualquier caso, no es un lugar cómodo para el todopoderoso líder del partido.
Se sospecha que Xi ordenó contener el brote dos semanas antes de que hablara de él en público y, sin embargo, la ciudad de Wuhan trató de romper un récord de asistencia con una cena multitudinaria en un movimiento francamente imprudente en un momento clave de la expansión del virus. Ahora, con la ciudad cerrada y el virus ya fuera de las fronteras de la misma China, de poco valen esas previsiones.
Además de estas fallas en la cadena de mando, en China no hay libertad de expresión. En las primeras semanas de la crisis era más común ver a oficiales del orden censurando internautas que personal médico previniendo sobre el contagio. Como caso paradigmático queda aquél oftalmólogo que advirtió en diciembre sobre el virus y que fue censurado, muriendo posteriormente a causa del contagio.
Esta realidad nos lleva a cuestionarnos la gravedad de la presente epidemia. ¿Cómo confiar en la información de un país que controla el Internet y que no es transparente? ¿Cómo podemos prepararnos para una pandemia en un clima político de reservas y nacionalismos en el que las organizaciones internacionales están más débiles que hace una década?
El mundo no está preparado para una pandemia. Desde la crisis económica que ya se deja sentir por las intrincadas cadenas de producción que pasan por China casi por necesidad, hasta por la falta de alianzas fuertes y confiables entre los países, esta enfermedad nos llega en un mal momento. Esperemos que este lamentable ejemplo nos enseñe que la cooperación internacional y la transparencia para salvar vidas humanas deben anteponerse al narcisismo político y a los intereses nacionales.