La visión histórica que tiene AMLO de sí mismo, de su movimiento y su administración es evidente. Designar a su gobierno como la “Cuarta Transformación” demuestra su ambición de trascender en la historia colocar a su gobierno en las mismas páginas que procesos icónicos de nuestro pasado como la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Si la habilidad para comunicar, reaccionar y hacerse dueño de la agenda nacional era la fortaleza más reconocida en Andrés Manuel López Obrador, hoy, sin duda, el presidente vive sus peores momentos desde que llegó al cargo.
Amo y señor de la agenda pública durante el primer año de gobierno, las trágicas desapariciones y asesinatos de mujeres en la Ciudad de México le robaron la agenda y pusieron a prueba su capacidad de reacción frente a la crisis. Y quizá, como nunca, reprobó contundentemente.
Hoy, que las protestas feministas acaparan la atención nacional, las notas periodísticas y hasta las pláticas en las sobremesas, la respuesta presidencial no ha estado a la altura. Se nota su total incomodidad.
En un país acostumbrado a la violencia, era claro que no serían las estadísticas las que pondrían en jaque a un presidente que, desde el primer día, supo deslindarse de la responsabilidad de la violencia repitiendo que los causantes son quienes ahora claman por soluciones: los partidos de oposición.
Pero llegaron los casos emblemáticos, las historias personales y sensibles que quitaron lo abstracto a las cifras y conmovieron a todo el país. Y si por ellas mismas las tragedias eran motivo de escándalo y de exigencias al gobierno, la reacción de AMLO sólo empeoró su escenario
Porque, a partir de esa visión histórica de su administración, parece que López Obrador asume que todo lo que sucede en el país, sucede a favor o en contra de su 4T. Nunca un peor momento para aferrarse a esta visión polarizante.
Han pasado semanas de estos casos y el presidente no ha sido capaz de recibir a ningún colectivo feminista o presentar acciones concretas para atender la problemática. Su mensaje más trascendente fue ponerse como ejemplo de cómo protestar “sin violentar” monumentos o edificios públicos.
Esta falta de empatía es, verdaderamente, de llamar la atención. A lo largo de su trayectoria pública, quizá la virtud más reconocida en el presidente era su habilidad para comunicar. Siempre empático, del lado correcto. Hoy, no encontramos al gran comunicador de otros años.
Así como durante el primer año su conferencia matutina fue clave para posicionar sus agendas prioritarias o para destruir a sus adversarios, hoy la mañanera tiene un saldo negativo. Cada momento en pantalla le cuesta y le seguirá costando mientras no entienda que ésta es una causa con la que es imposible no sentir empatía y siga aferrado a no corregir.
Pero como ha sido la historia de este sexenio, del lado de la oposición han estado cerca de hacerle la tarea a AMLO. La propuesta de poner a discusión la pena de muerte a feminicidas podría haberle dado un tanque de oxígeno al presidente.
Esta propuesta politiza el tema, divide a las inconformes y distrae la atención del problema real. Justo lo que necesitaba AMLO. Y aunque desde el PAN bajaron el volumen alrededor de ella, no es casualidad que el aliado del gobierno, el Partido Verde, haya ya anunciado que hará suya esta iniciativa.
Hacia adelante, ojalá que la oposición entienda que cualquier intento por apropiarse, protagonizar o siquiera figurar en esta coyuntura no hace sino darle argumentos a AMLO para descalificar la protesta. Es oportunista. Y del lado del gobierno, que se den cuenta que la protesta va contra un tema de fondo, que exige antes que todo, empatía. Qué, si no se atiende en su justa dimensión, seguirá opacando todo lo demás que suceda en país.