Como duele Ecatepec

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Foto: larazondemexico

Adaptarse o morir es la ley de todo ser vivo, el proceso mediante el cual los seres desarrollamos capacidades para sobrevivir en un entorno cambiante, donde aparecen sin previo aviso factores que pueden vulnerar una rutina establecida, tornar las condiciones adversas, hasta muy hostiles.

Así se adaptan aquellos que viven —o sobreviven—, en zonas de conflicto o de guerra en cualquiera de sus manifestaciones. Ecatepec, por ejemplo, en el Estado de México, no hay que irse mucho más lejos…

La historia de Susana (32 años) comienza en las calles de Valle de Aragón, donde aprendió a andar en bicicleta con los 4 amigos con los que solía reunirse a diario, en tardes de juego que con el tiempo se fueron descomponiendo.

Recuerda que comenzaron como un rumor los asaltos en las calles contiguas, luego se empezó a hablar de robo de infantes, el crimen comenzó a sofisticarse y las calles a vaciarse de esos niños que jugaban libres.

Así inició la dura adaptación en la década de los 90. Como en la historia de la evolución, donde comunidades se van viendo obligadas a modificar costumbres ante la presencia de nuevos depredadores.

Hay animales que pueden hacerse pasar por muertos, enterrarse o camuflajearse con el entorno cuando este se vuelve amenazante.

Susana cuenta que aprendió a hacer lo mismo, desde aquella mañana en la que corriendo huyó de un automóvil con dos hombres a bordo que empezaron a seguirla.

Eran las 5:30 de una mañana en la que, como siempre, caminaba sola hacia el metro Río de los Remedios para ir a la escuela.

La zona donde de adolescente solía salir a comprar algún postre nocturno, se fue convirtiendo en lo que hoy llaman el “área roja”, donde la droga circula sin discreción y donde escuchar balazos es lo habitual.

[caption id="attachment_1112474" align="alignnone" width="696"] Madres de víctimas de feminicidio protestan afuera del Palacio Municipal de Ecatepec, el pasado 30 de agosto de 2019[/caption]

Durante el proceso de la evolución, en el caso de muchos animales, la adaptación llega cuando pasan a ser domesticados. Sus hogares cambian de un entorno libre a una jaula, que pronto verán como su “espacio seguro”, haciendo del encierro su refugio.

Así como pasó con la familia de Susana y sus vecinos, cuando la violencia en su barrio escaló a tal nivel, que entre todos construyeron su cárcel, poniéndole rejas a ambos lados de la calle, con la esperanza de detener a “las ratas” que incansables saqueaban sus hogares.

Los habitantes de Ecatepec han tenido que adaptarse a vivir con miedo, con reglas y cuotas establecidas por el crimen organizado, si es que quieren tener un negocio propio o simplemente ser trabajador del transporte público.

Han tenido que habituarse a ver cuerpos colgados de un puente como parte del color del camino al amanecer, donde han ido desapareciendo también los populares puestos de comida que eran parada obligada, hasta que llegó a uno de ellos un “ajuste de cuentas” que salpicó de sangre la puerta de la entrada de una escuela primaria.

El kiosko donde Susana recuerda sus primeras pláticas enamoradas con el chico que le gustaba, hoy es el sitio de una reunión a la que pocos se acercan, como al extenso camellón que alguna vez albergó a un grupo de Boy Scouts y que hoy es ocupado por un módulo de la policía estatal que poco puede hacer ante la fuerza de la estructura criminal que ahí opera.

Y así, como en los documentales de vida silvestre, los que habitan Ecatepec siguen adaptándose para no ser depredados en un entorno donde esta semana 4 mujeres más fueron asesinadas en menos de 48 horas, allá en Ciudad Azteca, justo donde Susana recuerda que en su infancia iba a tomar clases de baile.

Dice que ser de Ecatepec tiene su sello de distinción: “cuidado, tiene barrio”, “aguas que es de Ecatepunk”… dicen estigmatizando de esa manera a los que han crecido en esa demarcación, que en la década de los 40 era una zona de actividad agrícola, que hoy está convertida en el municipio más poblado de México y con la mayor percepción de inseguridad a nivel nacional.

Un millón 841 mil personas viven ahí adaptándose cada día para sobrevivir a un entorno muy malo donde hay mucha gente muy buena, que se aferra al recuerdo de sus años de seguridad tanto como a sus monumentos históricos, como el “Puente de Fierro” que ha resistido el paso del tiempo, y el peso de ser testigo del doloroso proceso de descomposición y adaptación a la violencia. Como duele Ecatepec.

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Javier Solórzano Zinser