Una de las herramientas principales del discurso populista es la creación narrativa de un “nosotros” noble y bondadoso que se enfrenta a un “ellos” despreciable y peligroso. Éste es un mensaje que puede ser muy poderoso en términos electorales, pero que acaba generando consecuencias indeseables, como la legitimación y promoción de la violencia. En los últimos días, por ejemplo, más de una treintena de personas fueron asesinadas en Nueva Delhi, India, como consecuencia de la polarización alimentada por la política.
Al frente del gobierno de la democracia más grande del mundo se encuentra el primer ministro Narendra Modi, que después de un primer periodo de gobierno que comenzó en 2014, ganó las elecciones de 2019 con una arrasadora mayoría que superó incluso a su primera victoria electoral. En el centro del mensaje político de Modi se encuentra un continuo machacamiento de la necesidad de un Estado con una visión nacionalista, en el que el resto de minorías son vistas como personas de segunda.
En el trasfondo histórico se encuentra el origen mismo del Estado indio, que fue una partición del antiguo territorio conquistado por los británicos a partir de un criterio muy sencillo, pero devastador: la población musulmana tendría que tomar sus cosas e irse a Pakistán, que sería mayoritariamente de esta fe, mientras que en India permanecerían el resto de la población mayoritariamente hinduista y budista. A pesar de esta división, se hizo un gran esfuerzo, empujado por el propio Gandhi, para garantizar que el Estado indio sería laico y que respetaría al resto de creencias que quedaban en el territorio.
Sin embargo, esto generó un resentimiento que a lo largo de las décadas fue acumulándose y que ha encontrado su mejor salida en dos instituciones. Por un lado, la Organización Nacional de Voluntarios (Rashtriya Swayamsevak Sangh, RSS), que es una agrupación paramilitar con alrededor de 6 millones de voluntarios que han recibido entrenamiento para, dicen, defender la pureza india (son múltiples los casos de linchamientos a musulmanes o personas acusadas de comer carne de vaca, por ejemplo). Por el otro, el discurso nacionalista se articula políticamente alrededor del Partido del Pueblo Indio (Bharatiya Janata Party, BJP), que agrupa a políticos que públicamente llaman, incluso, al asesinato de los musulmanes que son considerados traidores.
Narendra Modi, curiosamente, ha formado parte de ambas agrupaciones, la RSS y el BJP. En el pasado ya era clara su veta nacionalista y su posición ante el conflicto entre hindús y musulmanes: cuando gobernó la región de Gujarat, en 2002, se desató una ola de violencia que terminó con más de tres mil personas asesinadas. El gobierno de Modi ordenó no intervenir en el conflicto.
Hoy, al frente del gobierno nacional, ha avanzado políticas claras en el mismo sentido, como una ley que busca confirmar la nacionalidad de sus habitantes, con la salvedad de que ésta no podrá ser otorgada a quienes sean musulmanes. La RSS y el BJP alimentan todos los días esta división e India está entrando a una época oscura en la que los “enemigos” señalados por el gobierno están siendo asesinados. La polarización mata.