El sector público mexicano vive una transformación. El Presidente Andrés Manuel López Obrador ha emprendido una lucha por erradicar la corrupción y la impunidad, que tanto han afectado a nuestro país. Son estos problemas los que más han deteriorado la eficiencia gubernamental.
En México, más de cinco millones de mujeres y hombres somos empleados por el Gobierno a nivel federal, estatal y municipal. De ellos, aproximadamente dos millones pertenecen a la administración federal; cifra muy similar al número de servidores públicos de la administración central de Estados Unidos.
Describiré al grupo de mujeres y hombres que trabajamos en la administración federal, con algunos datos, utilizando como fuente al Inegi: 51 por ciento somos hombres y 49 por ciento son mujeres; como máximo grado de estudios, 9.7 por ciento contamos con uno o más posgrados, 44.2 por ciento concluyó la licenciatura, 30.5 por ciento cuenta con educación media superior y 15.5 únicamente alcanzó la educación básica; 49 por ciento recibe un ingreso menor a 10 mil pesos y 34 por ciento, mayor a 20 mil pesos.
El reto de los servidores públicos de nuestro país es enorme. Nos encontramos en medio de una coyuntura donde debemos incrementar nuestros niveles de servicio y alcanzar resultados que se vean reflejados en el bienestar de las familias mexicanas. Las preocupaciones de los ciudadanos son claras: la seguridad y los servicios públicos más cercanos a sus viviendas.
Enfrentamos una ola de descrédito y falta de confianza. Diversas encuestas muestran que las familias mexicanas confían poco o nada en los empleados gubernamentales; entre ellos, policías, diputados, senadores, integrantes de partidos políticos, entre otros. Al otro lado de la gráfica, los mexicanos confiamos en nuestros familiares, vecinos y compañeros de trabajo. Mención aparte merecen nuestros hermanos soldados y marinos, como instituciones gubernamentales que gozan de la mayor confianza y cariño de las familias mexicanas.
Estoy convencido de que México, como en otros ámbitos, cuenta con los mejores servidores públicos en ciertos niveles y asignaturas; pero cuenta también, con los peores. Desafortunadamente por unos pagamos todos. Me atrevo a decir que pareciera que los buenos servidores públicos son la excepción; pero no es cierto, la excepción está en los malos.
Algunos actores han criticado las políticas del Gobierno en turno; sin embargo, considero que las decisiones tomadas por el Presidente nos dan la esperanza de rescatar, dignificar y enaltecer al servicio público. Hoy como siempre, debió haber sido el incentivo para trabajar en una oficina gubernamental, la vocación y el deseo de servir al prójimo, de resolver problemas y de traducir nuestro talento y nuestro esfuerzo en la construcción de un Gobierno que funcione, que sirva. Lejos quedaron los altos ingresos, los lujos, el abuso y los excesos de unos cuantos que, desde el Gobierno, se encargaron de desprestigiar y deteriorar su imagen y eficiencia.
Recordemos que todos, desde nuestro espacio de acción, incluido el sector social y el privado, podemos hacer mucho por mejorar a nuestro servicio público y, con ello, mejorar las condiciones de bienestar de nuestra comunidad.