Roman Polanski ganó hace unos días el César, el más importante premio del cine francés, a Mejor Director y a Mejor Guion Adaptado, por El acusado y el espía, lo que levantó un gran escándalo. Se criticó que al premiarlo, se estaba defendiendo a un pedófilo. Polanski fue acusado hace 43 años de haber tenido relaciones sexuales con una niña de 13, durante una fiesta en casa de Jack Nicholson, en Los Ángeles. Fue arrestado, pasó unas semanas en prisión y tras ser liberado para enfrentar su juicio, huyó a Francia. Nunca ha regresado a Estados Unidos y no ha podido ser extraditado. Hubo otras denuncias posteriores por abuso sexual, que él ha negado.
La vida de Polanski es digna de película: Nacido en 1933, en París, de padres polacos judíos, vivió en Polonia desde los 3 años; estuvo en el ghetto de Cracovia, sus padres fueron enviados a campos de concentración nazis, donde murió su madre; en 1962 dirigió la primera película polaca en ser nominada al Oscar, Cuchillo en el agua; en 1965 realizó en Francia la inquietante Repulsión; llegó a Hollywood donde consiguió la aclamación unánime con El bebé de Rosemary; su esposa Sharon Tate, embarazada, fue brutalmente asesinada en 1969 por la secta de Charles Manson. En 2003, a pesar de estar vigente la orden de aprehensión, la Academia de Hollywood le otorgó el Oscar a Mejor Director, por la memorable El pianista.
Más allá de la opinión que tengamos sobre Polanski, el hecho es que ha sido uno de los cineastas más destacados de la historia. Su filmografía, que abarca ya seis décadas, es de gran versatilidad y con sus altibajos, ha conservado un nivel de dignidad. La calidad de su trabajo es independiente a su comportamiento como persona. En el Festival de San Sebastián, en la conferencia de prensa de su intensa e impactante Luna amarga, fui testigo de cómo se refirió con desdén a su esposa Emmanuelle Seigner, diciendo que no le hicieran preguntas porque sólo era una cara bonita.
Puede ser muy criticable como ser humano, pero ha sido brillante como cineasta. Sus logros artísticos no impiden ver su lado negativo y menos le deben otorgar impunidad. El sistema legal debe juzgarlo penalmente. De igual modo, sus acciones individuales no pueden evitar que apreciemos el valor de sus películas. Me parece un signo de intolerancia y una afrenta a la creación artística rechazar su obra y protestar contra los premios a su película por tratarse de él. El acusado y el espía es un gran filme, un certero testimonio social, político y humano sobre el célebre caso del capitán judío francés Alfred Dreyfus, quien a fines del siglo XIX fue acusado de traición y condenado a cadena perpetua, motivado por el antisemitismo, lo que dio lugar a que Émile Zola escribiera uno de los más ilustres manifiestos periodísticos: “Yo acuso”.