Juan Sandoval Íñiguez, quien fue arzobispo de la diócesis de Guadalajara, pidió no apoyar el histórico “Día sin mujeres” del 9 de marzo pasado. “No solamente las mujeres son maltratadas —argumentó—. Según las estadísticas, 88% de los asesinatos son de varones”. Es cierto que, incluso, la esperanza de vida de los hombres en México ha disminuido unos siete meses por la violencia homicida. Pero quienes matan a hombres son hombres y quienes matan a mujeres también son hombres. Por tanto, el problema es la masculinidad.
La solución no es impedir a los niños ser niños. Hay muchas maneras de serlo y desarrollar su personalidad sin el corset machista; es decir, más allá de ser maridos controladores, futbolistas coléricos o implacables sicarios. Los comportamientos y papeles asociados con los varones son, en buena medida, construidos por la sociedad. Las hormonas también cuentan, pero no hay más testosterona en México que en Islandia, mientras que sí hay más violencia de género en México que en Islandia. Por tanto, sí podemos modificar las masculinidades.
En particular, podemos transformar la masculinidad hegemónica, que es el modelo de comportamiento masculino que modela a un hombre agresivo, colérico, dominante, competitivo y cerrado a expresar emociones positivas, como son la sinceridad ante el error propio y la serenidad frente a situaciones de estrés.
¿Qué papel juegan la escuela, la religión, los medios de comunicación y la familia en la formación de masculinidades? Según Raewyn Connell, académica trans que lanzó esta teoría cuando todavía era Robert Connell, la escuela reproduce un perfil de masculinidad basado en rudeza y fuerza física. Posteriormente los hombres son empujados más que las mujeres a estudiar ciencia política (la ciencia del poder), ingeniería o a practicar deportes de contacto. Por el contrario, la feminidad se asocia a la ternura, dulzura y, en el peor de los casos, se le confunde con debilidad. Por si fuera poco, en la escuela se hacen visibles las relaciones de poder entre maestros y maestras, directivos y estudiantes. Está probado estadísticamente que, así como las mujeres realizan más tareas de cuidado de niños y ancianos en casa, en la universidad también asumen más tareas comunitarias que los hombres, en beneficio de toda la institución.
Los medios de comunicación influyen al presentar estereotipos de género en películas, comerciales y con artistas famosos. Y los espectadores los toman como ideales a seguir. Las chavas y chavos se identifican con sus ídolos.
De la religión ni hace falta hablar. Ahí está el ejemplo de Sandoval Íñiguez. Sería legítimo si este señor organizara otro movimiento para sensibilizarnos por ese 88 por ciento de hombres asesinados: adolescentes en pandillas, carne de cañón del crimen organizado, etc. Pero desacreditar a mujeres que exigen no ser desechables es infame. La lucha de ellas contra la masculinidad violenta nos sirve a todos y podría ser la solución para pacificar al país desde la raíz. Y eso no nos haría peores en deportes de contacto. Para prueba está el milagro islandés en Rusia 2018.