Cuando se diseña una estrategia de comunicación y posicionamiento para un gobierno, deben considerarse los factores y sucesos externos que tarde o temprano se presentarán y modificarán la narrativa que se busca plasmar en la conversación social.
Hoy, es más que claro que esta conversación en México se trata de las mujeres. Del valiente y estruendoso levantamiento que han encabezado para exigir cambios profundos, no sólo en sus gobiernos, sino en la sociedad entera, para detener la violencia física, sexual, verbal y de muchos otros tipos de la que son víctimas cotidianamente.
Si la presentación de estos temas en la agenda, ajenos a una estrategia de gobierno es inevitable, la reacción y el saldo reputacional tras pasar por estos episodios, sí depende de la reacción del gobernante. Frente a la ola feminista, el presidente Andrés Manuel López Obrador pudo fortalecer la reputación de su gobierno. Eligió lo contrario.
La lucha feminista es, en todo el sentido de la palabra, transformadora. Si la 4T se trata justamente de transformar la vida pública de México, si sus principios son humanistas, pacifistas y de igualdad, la lucha de las mujeres debió ser una causa que con toda naturalidad abrazara el presidente.
Si a esto le sumamos el incuestionable respaldo popular, y que incluso, sus principales reclamos o motivaciones no iban dirigidas hacia él, la mesa estaba puesta para que AMLO recibiera de brazos abiertos al movimiento, aun poniendo pausa a su propia estrategia, para atender la coyuntura y sumar esta causa a las prioridades de su administración.
Pero hoy, a un mes de la explosión feminista en la agenda pública, es evidente que el presidente percibe al movimiento como un incómodo obstáculo y una amenaza que puede “robarle” la narrativa histórica que busca posicionar. Para él, todo lo que sucede en México tiene que ver con su cuarta transformación. Y peor, todo lo que surja desde fuera de su decisión, nace para amenazar a su gobierno y empujar los intereses de los “conservadores”.
Poco importó la claridad con la que el movimiento feminista, naturalmente y sin necesidad de una vocería formal, se mantuvo lejos de la dicotomía en favor o en contra de la 4T, aun frente a torpes intentos de cooptación por parte de la oposición partidista. Tampoco fue relevante ver a muchas de las más aguerridas seguidoras de Morena empujando la causa y desglosando argumentos incuestionables en su favor. No. Para AMLO no era el momento de esta causa. Y si a las feministas les colmó el plato los emblemáticos casos de desaparición,
violación y asesinato de varias jóvenes entre enero y febrero, lástima. Mal timming.
El presidente prefirió buscar deslegitimar el movimiento de una manera que un líder social con su trayectoria sabe que no es válida, porque cuando un movimiento despierta a tantas conciencias, es imposible poner un filtro en la puerta de entrada. Son, por naturaleza, plurales.
La marcha del domingo y el paro del lunes fue un éxito justamente porque convocó a mujeres de todas las ideologías, orígenes, condiciones sociales, educativas y laborales. Y sí, claro que entre ellas hubo conservadoras. Porque en México hay un porcentaje de mujeres que así piensan. Nada que sume a esa cantidad de conciencias puede dejar fuera a todo un lado de la balanza del espectro ideológico. Pero todas se unieron alrededor de reclamos y exigencias incuestionables.
Aunque es improbable, todavía hay tiempo para que el presidente corrija. Incluso, sería lógico. Pero para hacerlo, tendría que recordar al líder social que, por 20 años, fue aliado natural de las causas en favor de los oprimidos, los desfavorecidos, o en este caso, desfavorecidas. Se llamaba Andrés Manuel, un opositor que cada día que pasa, se ve más lejano.