Se le llama trauma a la huella psíquica que deja una vivencia que rompe el mundo interno de forma violenta. La consecuencia central es el pobre desarrollo del sentido de sí misma, la identidad, el lugar que se ocupa en el mundo, la capacidad y el derecho de desear y perseguir lo que se anhela. La falta de un lugar de seguridad y protección hacen muy difícil el desarrollo de esta subjetividad, que hace posible pensar en una misma, tomarse en cuenta. La niña mexicana aprende pronto que no es importante y que está al servicio de sus padres y hermanos. Sufre violencia en la casa, en el barrio y en la escuela. A veces busca protección en la madre y se encuentra con una mujer impotente y vulnerada, que no tiene la fuerza para defenderla, por miedo y porque está lastimada.
Estos días de primavera feminista, también han sido de tristeza al revivir el trauma personal. Muchas mujeres ya no pueden ver las noticias y deciden cerrar sus redes sociales, porque las historias de otras mujeres les recuerdan la suya. ¿Cuándo y cómo se enfermaron los padres, hermanos, tíos, primos, vecinos, de todas las mujeres que el 8 de marzo denunciaron violación, golpes, explotación y en el nivel de dolor más insoportable e inimaginable, buscan desesperadas los cuerpos de sus hijas? Los orígenes del mal son difíciles de aclarar. El concepto de impulso de muerte, uno de los pilares de la teoría freudiana, evolucionó hasta concluir que la destructividad no es algo con lo que nacemos sino producto del trauma del abandono o exposición a la violencia; sin embargo, en los últimos años se han multiplicado los casos que están ya en el terreno de la psicopatía: personas sádicas, sin culpa, sin empatía hacia la humanidad de su víctima.
En un nivel menos visible, está el abuso cotidiano de los insultos, las amenazas, los golpes, las infidelidades sistemáticas, el acoso callejero, laboral y la violación como parte de una cultura que desprecia lo femenino y que ve en la mujer una cosa para consumir. Todos los hombres deberían aceptar que han incurrido en violencias de distintos tipos a lo largo de su vida y no tranquilizarse “porque nunca han violado o golpeado a ninguna mujer”. Son violentos los infieles seriales que contagian de enfermedades sexuales a sus parejas; los que chantajean y aterrorizan a su pareja para que no se atreva a abandonarlos; los que aprovechan una borrachera de la compañera de trabajo para tener sexo con ella; los que cínicamente escriben columnas alabando la marcha y el movimiento feminista, pero de quienes es pública la violencia con la que han tratado a las mujeres de su vida y el acoso normalizado (y denunciado) por sus compañeras de trabajo.
La devaluación sistemática de lo femenino, provoca inseguridad sobre nuestro valor y dignidad. Algunas repiten el maltrato infantil con sus parejas o jefes actuales. Practican el autosacrificio como una forma de relación, acostumbradas a someterse para evitar problemas y sufrimientos en los otros. Para no lastimar a sus madres, que nunca se enteraron de lo que sus padres o hermanos les hacían en la niñez y en la adolescencia.
La tarea de las mujeres es el desarrollo de la subjetividad: saber dónde estamos paradas, qué queremos, qué merecemos y a qué tenemos derecho. Tendríamos que dejar de necesitar a un hombre para sentirnos valiosas y fuertes. Todos los días hablo con mujeres que quieren perdonar a su maltratador porque “en el fondo no es mala persona”. Las mujeres deben dejar de sentirse culpables por lo que hizo o hace su agresor. Sanar significa tomarse en cuenta, acoger nuestra existencia, cuidarla, procurarnos vínculos basados en el respeto, reconstruir una identidad que no repita el maltrato del pasado en los vínculos presentes. Las mujeres necesitamos recuperar el sentido del yo, integrarnos, dejar de disociar el dolor y reconocerlo como algo insoportable e inaceptable.