El coronavirus se ha extendido por todos los rincones del planeta. Sin embargo, aún este virus sufre de prejuicios de clase. Mientras el pánico cunde en las redes sociales de nuestro desigual continente, la gente pudiente se abastece para sortear la cuarentena, como si de un apocalipsis zombi se tratase.
Baste echar una mirada a las largas filas que hay en California, para comprar uno de los suministros básicos para la subsistencia: armas de fuego. En nuestro democrático México, los chats se llenan de preocupaciones reales, como decidir si le pediremos a la muchacha que venga “al menos” una vez a la semana porque cómo sobrevivir el encierro sin ella… y claro, pagándole sólo ese día porque ni modo que afectemos nuestra economía. ¿Y la de ella, que vive al día y que dejará de tener dinero a menos que nos invada la flojera de limpiar nuestro desastre y la obliguemos a romper el aislamiento, arriesgando a su familia, y venir a limpiar a nuestra casa?
Tanto México como EU han anunciado que, independientemente de los vuelos comerciales que se suspendan, habrá regularidad en aquellos que deporten personas a sus países de origen. Los deportados volarán de países con brotes activos con rumbo a naciones que no cuentan con las mínimas condiciones de salubridad necesarias para contener la epidemia.
Ante esto, El Salvador ha montado campamentos de cuarentena. Catres uno al lado del otro, sin ventilación adecuada ni agua corriente, sin gel antibacterial ni las monadas que han volado de los anaqueles de los barrios perfumados… una verdadera sentencia de contagio. Pero fuera de estos campos de cuarentena, la realidad no es muy diferente.
En Latinoamérica viven millones de personas en pobreza. Tenemos una gran cantidad de personas en extrema vulnerabilidad ante una pandemia como la que enfrentamos. Tenemos una incontable cantidad de poblaciones en las que el agua, de llegar, aparece una vez al día. Este escaso recurso se divide para labores de limpieza, alimentación e higiene. El jabón, de haber, no podrá pasar entre las manos y el agua corriente el tiempo suficiente para cantar el estribillo de una canción de moda, y menos más de un par de veces al día.
El aislamiento social en estas regiones ahogadas por la pobreza es simplemente imposible. Si las personas no salen a trabajar, no comen, ¿habrán de aislarse y morir de hambre o saldrán a trabajar buscando el sustento diario y recibiendo el escarnio de los que podemos quedarnos en casa sin afectar mortalmente nuestra economía?
Ojalá entendamos que una pandemia nos afecta a todos como un mismo pueblo. Nuestras actitudes clasistas no harán más que afectarnos como a un todo. Ésta es una verdadera prueba para nuestra humanidad.