La tempestad cobra mayor fuerza, los mercados financieros son presa del escepticismo, e incluso, del pánico registrando pérdidas considerables. Muy probablemente estamos en el preámbulo de una recesión en el mundo. Aunque son importantes los esfuerzos de muchas naciones por estabilizar su economía, la inmovilidad a la que está sujeta la población por la epidemia redundará necesariamente en una parálisis en varios sectores de la actividad económica y, por tanto, en un menor nivel de producción y empleo.
Dos ejemplos dan clara muestra sobre las preocupaciones por el desempeño económico. El primero se refiere a las medidas de la Reserva Federal de Estados Unidos que, por segunda ocasión, baja cien puntos base su tasa de referencia para llevarla prácticamente a cero. En paralelo la Fed aseguró una compra de activos por 700 mil millones de dólares. Segundo, el Fondo Monetario Internacional convocó a los países miembros a instrumentar estímulos fiscales para amortiguar el daño económico que está generando la pandemia. Para ello, el FMI dijo estar preparado para movilizar su capacidad de crédito por un billón de dólares.
Desafortunadamente, la reacción de los mercados no fue tan positiva como se esperaba: la percepción de riesgo se incrementa vigorosamente, las bolsas a nivel global han continuado en caída libre y las depreciaciones cambiarias en mercados emergentes son de consideración. El tipo de cambio mexicano ya ronda los 23 pesos por dólar.
En México, las circunstancias son bastante complicadas como para aplicar un plan de expansión importante. Existen limitaciones estructurales tanto por la vía fiscal como monetaria para que el gobierno pueda promover un mayor crecimiento. Una limitante importante es el hecho de que existe el firme compromiso del gobierno por mantener la disciplina fiscal, la cual implica el logro de un superávit fiscal, que se ve medianamente comprometido por la caída de los precios del petróleo. Digo medianamente, porque las coberturas petroleras y los mayores ingresos por IEPS amortiguan el golpe promovido por la caída de los petroprecios.
Así, se ve remota la posibilidad de expandir el gasto público más allá de lo programado. En todo caso, lo que queda es adelantar el gasto -como ya se ha anunciado- de forma pronta y eficiente en la primera mitad del año.
En lo referente a la política monetaria, el margen de maniobra también luce estrecho. A pesar de que la reducción de la tasa de la Fed ha implicado una ampliación en el diferencial de tasas entre EU y México de 200 puntos base, dos elementos implican fuertes limitaciones para una acción de gran calado por parte del Banxico: la inflación está claramente en ascenso y el tipo de cambio se ha depreciado, amenazando a su vez a la inflación. Así, considero que no podemos esperar por parte del Banxico una baja de la tasa de más de cien puntos base en su próxima reunión.
Estas limitaciones acentúan el gran imperativo para el gobierno de lograr un acercamiento cualitativo con la inversión privada, sólo con su participación activa podrá lograrse amortiguar el golpe que inevitablemente va a sufrir la economía mexicana. En el mejor de los casos, se logrará de nueva cuenta un crecimiento cercano a cero por ciento del PIB en este año, con un claro sesgo a que sea negativo.