Una pandemia como la que enfrenta el mundo en estas semanas requiere de la misma solidaridad y conciencia que surge después de otras catástrofes como terremotos, incendios o ataques terroristas. Cada persona es responsable de la comunidad y la comunidad es responsable de cada persona.
Es difícil de creer la torpeza de comunicar a la población que no debe tener miedo. Es casi surreal escuchar al Presidente convencido de que aquí no nos pasará nada, mientras al mismo tiempo vemos la velocidad con la que el coronavirus se expande de país en país.
Es esencial que cada uno tome todas las medidas necesarias para que el virus no se propague con tanta velocidad. Quien pueda quedarse en casa a trabajar debe hacerlo y también apoyar económicamente a quienes viven al día, por ejemplo las empleadas domésticas.
La negación es una defensa frecuente para gestionar la angustia. Muchos piensan que ignorar la realidad hasta que los problemas estallen, los ayudará a tener más reservas de tranquilidad. La mañana del miércoles, el Presidente declaró: “Para qué nos desgastamos desde ahora, hay que esperar a que llegue la fase 2 y 3, estar de buenas mientras, para no llegar cansados a esos momentos”. El jefe del Estado Mexicano se equivoca y debemos hacer lo opuesto: tener la valentía de sentir miedo —que no pánico— juntos.
Sándor Ferenczi, psicoanalista húngaro, hablaba de la mutualidad, que va más allá de la empatía de sentir con el otro. La mutualidad es sentirse dentro de un sistema con los otros, sentirse dentro de lo que a los otros les pasa como si nos estuviera pasando a nosotros. Por eso, aunque quizá seamos jóvenes y no estemos dentro de los grupos vulnerables, necesitamos sentirnos uno con los otros y pensar que si nos contagiamos, podemos contagiar a alguien que no tenga la posibilidad de recibir atención médica o que haga un cuadro grave que amenace su vida.
En estos días extraños se fusionarán los peligros o ansiedades internas que cada uno lleva consigo, con los peligros externos. Es un momento relevante para cuidarse y cuidar, para generar nuevas rutinas y quizá solventar algunas de las cosas que siempre estamos dejando para después. Un escenario en el que revaloremos el sentido de nuestra red de apoyo y encontremos nuevas formas de ayudarnos como comunidad. La terapia a distancia es un buen ejemplo de cómo seguir vinculados a pesar de no poder tocarnos ni vernos en persona durante unas semanas. Los procesos terapéuticos continúan vía Skype, Zoom, Facetime o con una llamada telefónica, porque el alma puede sentirse acompañada mediante palabras y actos solidarios. Si hay ancianos cerca de nosotros o gente con enfermedades que los hacen más vulnerables, preguntemos qué necesitan, hagámonos presentes con llamadas, mandándoles comida o un buen libro. Pueden ser de nuestra familia o el vecino del piso de arriba. Este sentimiento de no estar solos con nuestros terrores y angustias sino contenidos, porque tomamos todas las medidas para no contagiarnos ni contagiar y también sostenidos por una red fuerte y grande llamada comunidad. Sugiero, por último, que busquemos fuentes de humor, de risa y carcajadas, que siempre son compañía esencial pero más en estos días extraños.