Una visión desde el futuro

larazondemexico

Un bichito minúsculo, invisible al ojo pero con una capacidad de contagio exponencial, cruzó las puertas del año 2020 con sigilo pero con determinación, con la sola, ciega voluntad de reproducirse, al igual que un rumor se esparce, que una mentira se va pareciendo a una verdad, que se demuele una reputación.

El animal humano, acostumbrado a la evidencia de los sentidos, impresionista, no creyó al principio en la marea viral que azotaba al planeta y que no tardó en convertirse en un tsunami invisible que se alimentó de la ignorancia y el desdén. Con lentísimos reflejos, el animal humano comenzó a replegarse en sus guaridas, vaciando las calles, distanciándose de sí mismo y ocupando un nuevo hábitat virtual en donde reinaron por un tiempo la desinformación y la paranoia. Fue entonces cuando comenzaron a salir, tímidos, asustados y curiosos, los otros animales a recorrer inverosímiles escenarios de vacío y silencio, libres ya de la contaminación humana. Se pudo ver a familias de pingüinos  pasear con asombro en los pasillos de su propio acuario, y a cabras súbitamente sueltas emancipando su locura frente a los establecimientos comerciales. Un venado ingresó a una catedral y no supo que su cornamenta se confundía con los adornos y retablos del altar. Salieron de sus escondites jabalíes, pavorreales que pudieron coronar las balaustradas, delfines que jugaron en las aguas transparentes de los canales de Venecia, patos que se bañaron en las fuentes de Roma, manadas de ciervos retomaron las calles de Japón y monos hambrientos gritaron su histeria en las plazas de Tailandia. Espléndidos caballos casi volaron en las avenidas de Bogotá. El animal humano lo vio todo desde sus ventanas y balcones conforme se normalizaba el estado de excepción. Cerraron países enteros ante la falsa idea de la soberanía y el aislamiento, cerró el cuerpo mismo, el contacto, los besos pasaron a ser armas letales. Un hombre en Israel sacó a pasear a su perrito con un dron, y otros drones, en China, monitorearon los desplazamientos y la temperatura corporal de quien se atrevía a franquear las puertas de su casa. El concepto de distancia se recargó de sentido y las manos, las mismas manos parecían entidades sospechosas amenazando con tocar la propia cara. La pandemia se asentó. El animal humano dijo guerra y tardó días, semanas cruciales en comprender que batallaba también contra sí mismo, que en su clausura debía compartir sus experiencias y adelantarse al minúsculo bichito que parecía colonizarlo, que sólo así podría fortalecerse inmunológicamente. Fue muy difícil contener el pánico, la fragilidad bursátil, el miedo al otro. Más de seiscientas personas murieron en un solo día en Italia… Y parecía no haber líderes ni organización global. Pero el flagelo se contuvo, la información, la distancia y el jabón fueron armas poderosas para vencerlo, y las lecciones aprendidas de la experiencia ajena, nunca tardíamente asumidas. Días terribles, sin duda interesantes aquellos del 2020 en que diversas faunas se confrontaron, convivieron, midieron sus distancias y sus fuerzas, sus capacidades de adaptación. A los pingüinos les pareció todo muy simpático.

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