Doña Consuelo y el saludo que no debió ocurrir

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En Badiraguato, Sinaloa, se cometió un error que quiso disfrazarse de misericordia, mientras caló hasta en los más incondicionales, y atravesó miles de uniformes con insignias tricolores y doradas, que guardan muchas historias, y otros que seis metros bajo tierra ya ni siquiera pueden contarlas.

Ese saludo de nuestro Presidente a la madre de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo Guzmán, el narcotraficante más legendario del planeta, quizá hubiera sido mejor que no ocurriera.

Fue el mismo día, —desafortunadísima coincidencia— del cumpleaños del hijo preferido del capo, Ovidio Guzmán, que también es narcotraficante y del que entre tanta cosa y tanto virus, ya casi se nos había olvidado que lo tenemos como “pendiente”, desde que fue detenido y liberado por el Ejército y la Guardia Nacional, en aquel operativo fallido para capturarlo en octubre pasado.

Ya casi se nos había olvidado como quedó en llamas Culiacán aquella tarde, con sus 8 muertos, 16 heridos y más de 50 reos fugados de la cárcel de Aguaruto, que por cierto, hasta hoy no sabemos cuántos fueron recapturados y cuántos siguen “operando” en libertad.

¿Cómo se habrá visto toda esa deferencia presidencial para Doña Consuelo Loera, desde la mirada de algunos mandos de las fuerzas armadas, que hoy están más firmes en la construcción de un aeropuerto, que en el combate al crimen organizado que les ha dejado no pocos muertos?

Y es que se trata de la madre del que fuera el narcotraficante más buscado del mundo, por el que se ofreció una recompensa de 5 millones de dólares, responsable de un negocio que acumuló unos 14 mil millones de dólares, devengados de lastimar la salud, la seguridad y la paz de los mexicanos.

La “pobre señora de 92 años” no tiene la culpa de nada, pero muy probablemente —y en gran medida— se ha mantenido gracias al trabajo de su hijo, que llegó a traficar hasta doscientas toneladas de cocaína a los Estados Unidos, usando avionetas, buques y hasta submarinos, creando escuela para otros y sumiendo a México en un estado de violencia del que no hemos logrado salir.

[caption id="attachment_1134408" align="alignnone" width="696"] Consuelo Loera sale de la Embajada de Estados Unidos, el pasado 1 de junio de 2019. Foto: Cuartoscuro[/caption]

“Un adulto mayor que merece todo mi respeto, independientemente de quién es su hijo, y lo seguiré haciendo”, dijo el Presidente a la prensa en Palacio Nacional, un día después de la ya célebre taquiza sinaloense.

El Presidente López Obrador puede tener gestos de cortesía por quien el mejor considere y está correcto, pero ojalá también escuche a aquellos que seguramente le han señalado cuán peligroso es dar mensajes de cercanía y confianza en terrenos que desde hace décadas, son minados, de corrupción y sangre.

Somos muchos los mexicanos que estamos cansados de observar lo que antes también se entendía como una “sana distancia” del crimen organizado, que no era más que una forma de tolerancia.

NO podemos aceptar otra vez ver a nuestro presidente cerca de nada que tenga que ver con El Chapo Guzmán, y todo lo que eso implica.

En una primera misiva al Presidente, la señora Loera pidió poder ver a su hijo en Estados Unidos, solicitó una visa humanitaria y aprovechó para enviar bendiciones al titular del Ejecutivo.

La señora pedía consideración y misericordia, lo mismo que han pedido las madres de más de 60 mil desaparecidos, esas mismas que con sus propias manos inventaron el verbo “varillar”, para buscar los restos de sus hijos en las más de 2 mil fosas clandestinas en todo el país, donde quedaron enterradas no pocas víctimas del negocio del hijo de la señora Consuelo Loera.

Nadie quiere negar a la madre del Chapo Guzmán su derecho a ser escuchada por las autoridades, pero si la escuchan a ella, que es la madre de semejante delincuente, habrá que escuchar también a todas aquellas víctimas de violencia de género, así como a los familiares de las más de 3 mil mujeres que también eran hijas, hermanas, madres, parejas y amigas, que hoy están muertas y que en Palacio Nacional han sido minimizadas en más de una ocasión en sus legítimas protestas.

Quizá el saludo del Presidente a la madre del Chapo Guzmán nunca debió suceder, porque lastimó, porque puso en entredicho una escala de valores y prioridades sensibles que no son negociables.

Porque en este país se pide misericordia todos los días, por razones que ni siquiera dejaron el baño de sangre y miedo que pesa en la espalda del hijo de la Señora Consuelo Loera.

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