Nuestro futuro: la respuesta silbando en el viento

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Italia nacionaliza la aerolínea Alitalia, mientras que Panamá prepara el rescate financiero de Copa. En Chile, trabajadores sindicalizados exigen salvar el Metro de Santiago, como empresa que brinda servicios esenciales, en tanto que en Reino Unido se contempla expropiar servicios de transporte. En España se nacionalizan los hospitales privados, mientras que en Australia se logra un acuerdo entre éstos y el gobierno federal, para cancelar cirugías no esenciales y subrogar la atención de pacientes de Covid-19.

En México, los especialistas explican la fragilidad de la economía y el riesgo de que la mayoría de las empresas que quiebren no reabrirán, afianzando el desempleo. Otros les responden que los patrones pagan salarios muy bajos y, por tanto, es mejor apoyar directamente a los trabajadores y a sus familias con programas sociales. Los empresarios y economistas contraargumentan que los apoyos asistenciales no sustituyen el aparato productivo, ése que fabrica los bienes indispensables y que los transporta a todas las regiones del país. ¿De qué servirá recibir una beca si hay desabasto de alimentos e inflación que haga imposible comprar? ¿Y cómo financiar esos programas sociales cuando las empresas quebradas dejen de pagar impuestos? “El espantapájaros de Venezuela” se burla un gobiernista. “Es el coronavirus, estúpido”, le responden con exasperación.

En efecto, un fantasma recorre el mundo: la levadura y la harina escasean en Europa porque Rusia, Kazajistán y otros grandes productores han suspendido exportaciones. El precio de las verduras aumenta porque los trabajadores migrantes no pueden cosecharlas.

Intelectuales de la 4T, como el secretario de Medio Ambiente, Víctor Toledo, entran al quite diciendo que es obligado “el paso de una economía de mercado a una economía social y solidaria, de grandes empresas y corporaciones a empresas familiares y corporativas (fin de los monopolios)”.  Un coro de expertos le recuerda que tres de cada cuatro empleos en México ya no son generados por grandes empresas. Y esos trabajos, el de la papelería y el taller mecánico, el del sastre y la fonda, son los que más riesgo corren.

Podemos seguir describiendo este diálogo de sordos. Pero gracias a la filosofía sabemos bien que oponer tesis y antítesis no debe llevar a un callejón sin salida, sino a una superación de extremos. Incluso un izquierdista ortodoxo y dogmático es capaz de distinguir, por un lado, la urgencia de atender una crisis de liquidez, de dinero en efectivo, para evitar que micro y pequeñas empresas caigan en la insolvencia y, por el otro, un rescate financiero de patrimonios privados que implicaría socializar pérdidas. Esto último, por suerte, no lo permitirían AMLO y su equipo.

El futuro no depende de recetas ideológicas simples como el capitalismo de Estado que rescata millonarios y abandona a millones de ciudadanos; ni el socialismo de Estado que confía ilusamente en que el gobierno y sus funcionarios son más talentosos y heroicos. Necesitamos más solidaridad y menos dogmas ideológicos.

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