Coronavirus: ¿Un acto terrorista?

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Después del 11 de septiembre de 2001 el mundo occidental empezó a sentir en carne propia los efectos del terrorismo.

La tragedia de las torres gemelas logró que el sacrificio de casi 10 millones de bovinos en Europa a causa de un brote de fiebre aftosa en el mismo 2001 pasara desapercibido para la prensa mundial.

Oficialmente, la Oficina Internacional de Epizootias (OIE), hoy conocida como Organización Mundial de Sanidad Animal, dictaminó que la razón fue la interrupción, desde 1992, de los programas de vacunación contra este mal.

A mediados del año 2002, el Seal team 3 de la marina estadounidense tomó por asalto una serie de cuevas en una cordillera de Afganistán, su objetivo era encontrar a Osama Bin Laden.

Al término del operativo, sólo encontraron evidencia de un plan para atacar a la cadena alimenticia de Estados Unidos. Había miles de documentos del Departamento de Agricultura (USDA, por sus siglas en inglés), artículos del American Science Journals, una lista de los agentes patógenos más devastadores para la agricultura y ganadería y, lo más alarmante, documentos de entrenamiento detallando cómo se realizarían esos ataques y el sistema mediante el cual se deberían diseminar esos patógenos en los ranchos, cuerpos de agua y granjas americanas.

En esos manuales de operación destacan, entre las enfermedades que afectan al ganado bovino, particularmente la fiebre aftosa por su fácil transmisión y el gran impacto económico nocivo que genera en los países que lo sufren, cólera en cerdos y plagas que destruyen los cultivos de soya y arroz; pero no sólo eso, hay énfasis en algunas enfermedades transmisibles y mortales para el hombre, como Nipah y Hendra, desde luego, prácticamente desconocidas en nuestro país.

En ese momento, la teoría de la aparición del brote de aftosa en Europa tomó, en ciertos círculos, otro contexto.

La pregunta que a raíz del descubrimiento de esos documentos se hizo el gobierno americano ya no fue si ese ataque podría llevarse a cabo, sino cuándo se llevaría a cabo.

Hoy los americanos tienen identificado un programa de reacción en caso de un atentado. Están terminando de construir, con un costo de 1.2 billones de dólares, el National Bio and Agro-Defense Facility (NBAF) con nivel IV en bioseguridad, que trabajará con los centros de control y prevención de enfermedades de Atlanta.

El terrorismo es difícil de definir por la carga emocional que detona; en corto, es simplemente descrito como un evento que genera terror. Pero es importante no confundirse en los términos, porque además del terrorismo tradicional, hay variantes: bioterrorismo, agroterrorismo y ecoterrorismo.

A raíz del surgimiento del coronavirus, una pregunta recurrente en ciertos círculos es si al caso se le puede considerar bioterrorismo.

En Estados Unidos hay quien considera que sí. El abogado Larry Klayman, del bufete Freedom Watch, presentó una demanda en la que solicita una reparación del daño por 20 mil millones de dólares, pues considera al Covid-19 como arma biológica; agrega la nada sutil agravante de terrorismo de Estado, pues sostiene que el virus fue desarrollado para atacar a los Estados Unidos. Una prueba de los límites que puede alcanzar el debate actual por el coronavirus.

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