La Guía bioética publicada en redes (y luego retirada) por el Consejo de Salubridad está basada en dos principios. El primero es que, durante la epidemia, cuando los servicios de salud estén desbordados, se deberá seguir la regla de salvar el mayor número de vidas. Del segundo no me ocupo en este artículo. Lo haré después.
El primer principio está fundado en la filosofía llamada utilitarismo. De acuerdo con esta doctrina, un acto bueno es aquel que tiene como consecuencia la mayor cantidad de beneficios para el mayor número de personas. El utilitarismo es una doctrina ética fundada en una regla cuantitativa. De aquí se desprende, por ejemplo, que es moralmente mejor salvar las vidas de cien personas que salvar las de noventa y nueve. Esta regla de acción vale en todos los casos. No importa que para salvar a esas cien personas se tenga que dejar morir o incluso sacrificar a unos cuantos.
La Guía bioética toma esta regla como principio básico. De aquí se desprende que durante el pico de la pandemia los servicios de salud tendrán que usar sus recursos limitados para concentrarse en salvar a quienes tengan más probabilidades de sobrevivir, por encima de quienes tienen menos probabilidades. Instalar un respirador artificial a alguien que quizá sólo vivirá un par de horas es moralmente incorrecto, desde la perspectiva utilitarista, si hay otra persona que necesita el respirador y quizá se recupere en dos días. Aunque el primer paciente, el más grave, haya llegado primero al hospital, el respirador se le asignará al segundo, el menos grave, por más que éste haya llegado después. El objetivo final, recordemos, es salvar el mayor número de vidas, cueste lo que cueste. Sin compasión alguna.
Para lograr este objetivo, cada paciente tendrá que ser evaluado de inmediato según un sistema de puntos que calcule sus probabilidades de recuperación después del tratamiento. De acuerdo con los puntos asignados, se le dará la atención correspondiente.
Estimado lector, ¿piensa usted que esa es la regla que deben instrumentar los hospitales públicos durante el pico de la epidemia, cuando los recursos sean insuficientes? Replanteo la pregunta: ¿piensa usted que es la manera correcta de actuar? Insisto, no pregunto si es la medida más eficiente. No, lo que pregunto es si es la más moral, ¿la que se ajusta mejor a nuestro concepto del bien?
No sé cuál sea su respuesta. Nadie nos ha preguntado qué pensamos. Un grupito de especialistas quiere imponer esta regla, que decide entre la vida y la muerte, a todos los mexicanos: a usted y a mí. ¿Eso es democrático? ¿Es ético, siquiera?
Quienes defienden la Guía sostienen que es mejor tener un criterio que no tener ninguno. No estoy de acuerdo. Es mejor no tener un criterio que tener uno inhumano.