Mi vida sin la Ñ

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larazondemexico

El alfabeto del idioma español está muy bien como está: no es mucho ni es poco, es bastante (le copio la idea a Jaime Sabines).

La semana pasada, la Real Academia Española lanzó en Twitter esta pregunta: “Si solo pudieran quedarse con uno de estos elementos, ¿con cuál sería?”. Las opciones ofrecidas eran el signo de interrogación de apertura (¿), la diéresis (ü), la letra Ñ y un emoji de risa. En poco tiempo el asunto se volvió tema de seguridad hispanoamericana, no era para menos. Creo que ganamos quienes elegimos la Ñ.

Me imaginé vivir sin la decimoquinta letra del abecedario, esa que ningunean las computadoras gringas. Y los gringos. Por ejemplo, no me apetece hablar de la saborancia (La China Mendoza dixit) de un plato de pina. Le falta olor al vocablo. O pedir al mesero: tráigame unos noquis; qué póbrido enunciado. Encima tendría que distinguir, por un lado, la fiesta de la última noche de diciembre y, por otro, cierta zona de recato en mi cuerpo, no precisamente nueva. Además, al advertir a mi adolescenta: “no me muevas, me voy a pintar las unas”, de inmediato reviraría: “¿y las otras?”. Imaginarme diciendo “el nino anda sin panal” resulta intolerable, mejor me quedo muda. ¿Se dan cuenta? En palabras de Mafalda, suena al empezóse del acabóse.

De un trancazo se borrarían de mi biblioteca libros necesarísimos, entre ellos el Primero sueño, de Sor Juana, La señorita Julia, de August Strindberg, Cien años de soledad, de García Márquez y Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, por mencionar clásicos. Lo mismo con piezas literarias contemporáneas, sólidas como un templo. ¿Qué destino tendrían Toño Ciruelo, escrita por el colombiano Evelio Rosero, El año del pensamiento mágico, de la estadunidense Joan Didion y Señales que precederán al fin del mundo, firmada por el mexicano Yuri Herrera? Peor aún, la amnesia devoraría a una poeta pulida como nadie: Idea Vilariño.

Está la opción de las perífrasis para evitar palabras sin virgulilla o tilde (así se llama la nata que se forma arriba de la ñ). En lugar de “las niñas juegan a las muñecas” me obligaría a usar un circunloquio cansante, como “las personas femeninas que están en la infancia juegan con las personas femeninas que están en la infancia, estas últimas de plástico o tela”. Y ni hablar del himno nacional mexicano. Quizá en “al sonoro rugir del cañón” se oyera un retumbante silencio digno. La señora Dalloway, de Virginia Woolf, acabaría convertida en algo fatigoso, como La individua madura y respetable Dalloway, y

La peor señora del mundo, de Francisco Hinojosa, acaso en La peor mujer de cierta edad indefinible. Cuánta tinta tonta.

Eso sí, piensa La Utora de esta columna: se esfumaría de la historia literaria Roberto Bolaño. Punto a favor.

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