Sin la posibilidad de hacer grandes eventos multitudinarios, como a los que está acostumbrado, el presidente de Estados Unidos comenzó a aparecer diariamente en una conferencia de prensa en la que presentaba temas sobre el avance del coronavirus, respondía preguntas de los medios de comunicación y se extraviaba en confusas diatribas contra sus enemigos habituales. Como nuestras mañaneras, pero vespertinas.
Decir que estas conferencias fueron un desastre sería ser generoso. Durante poco más de un mes, la adicción de Donald Trump a los reflectores lo llevó a presentarse en largas conferencias de más de una hora diaria en la que una y otra vez se convirtió en su peor enemigo. Viéndose a sí mismo como un espec-táculo (incluso presumió los ratings de sus apariciones diarias), el presidente utilizó ese espacio lo mismo para dar rienda suelta a teorías conspirativas sin sustento alguno, como que el coronavirus fue fabricado en un laboratorio; para desacreditar a sus científicos, como el sistemático menosprecio a la gravedad de la enfermedad durante las primeras semanas o comparar el virus constantemente con una gripa común; para poner en riesgo a sus ciudadanos, sugiriendo el uso de medicamentos con resultados no probados y hasta el consumo de cloro, o para atizar a sus seguidores repitiendo una y otra vez que las medidas de distancia social y aislamiento eran innecesarias porque harían al remedio más costoso que la enfermedad.
A diferencia de sus eventos de campaña, en los que se hace acompañar de cientos de sus seguidores que aplauden cada una de las cosas que salen de su boca, sin importar lo que sean, en estas conferencias se encontraba frente a los corresponsales de los múltiples medios de comunicación. En algunos casos, las preguntas eran hechas por reporteros afines al gobierno, como el de One America News (OAN), un medio de extrema derecha cuyas notas hacen que Fox News parezca un medio serio y al que Donald Trump constantemente otorga la palabra (a pesar de que fue expulsado de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca). Pero eso no era suficiente para ahogar los múltiples aprietos en los que el resto de periodistas ponían al presidente.
Enfrentado a fuertes preguntas que ponían en evidencia sus contradicciones, errores, mentiras o hechos, las conferencias diarias comenzaron a mostrar a un presidente que podía mentir abiertamente para tratar de salir del paso, pero que no podía escapar del escrutinio minucioso y era orillado a decir alguna insensatez o quedar evidenciado. El escándalo de la semana pasada, en la que fue clara la irresponsabilidad presidencial al sugerir que podía inyectarse cloro para combatir el coronavirus (y el ridículo aumento posterior de casos de intoxicación por consumo de blanqueador), llevó al presidente a decir este sábado que no veía propósito en continuar las conferencias de prensa por ser una pérdida de tiempo y esfuerzo. En realidad, lo que se esconde detrás de esto es un presidente que ha quedado exhibido. Cuando las conferencias no están llenas de periodistas dispuestos a abrazar y elogiar el poder, los presidentes incompetentes pueden quedar expuestos.