Los animales

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Foto: larazondemexico

He estado pensando, como supongo muchos de nosotros, en los animales. La pandemia me ha obligado a cambiar de perspectiva, una menos egoísta. Y todo comienza en casa: el otro día me atacó la noción de que nuestras mascotas siempre han vivido en cuarentena. Este hecho no lo padecen las mascotas, pues son el producto de cientos de años de amaestramiento, pero esta misma expresión ya es feíta: el producto del amaestramiento. Así como las palabras que usamos hoy, hace miles de años eran símbolos puros, metáforas vibrantes (asunto que olvidamos), ¿hasta dónde llegaría si rastreo el linaje de mi gato?

Llegaría hasta un gato salvaje, eso lo sé, tal vez no un tigre pero sí un felino libre que cazaba para vivir. Hoy el universo de mi gato son unos cuantos metros cuadrados y su subsistencia depende de unas croquetas manufacturadas. Él, insisto, ignora todo esto y supongo que es relativamente feliz, ¿pero qué conexiones milenarias chisporrotean cuando de un zarpazo elimina a un abejorro y me lo ofrenda? Yo, como ser humano, soy un producto de la adaptación y de la sofisticación. ¿He sido amaestrado?

Ayer leí una noticia con este encabezado: “Grupos dispersos de paseantes han reaparecido en las playas de Cádiz”. Creí que se trataba de animales (lo somos), pues la redacción es idéntica a las muchas y fascinantes noticias que hemos leído sobre grupos dispersos de animales que aparecen en las ciudades desiertas. El animal humano regresará poco a poco a sus espacios habituales, y volverá a ahuyentar a los animales que en estos días, algunos tímidos y otros francamente alegres, nos han sorprendido con su materialización. Muchos de ellos se hacían invisibles, pero a otros probablemente no sabíamos verlos. Gerald Durrell, escritor y naturalista británico (hermano del más famoso Lawrence, autor de El cuarteto de Alejandría), escribió mucho y muy bien sobre animales, que fueron su pasión (alguna vez adoptó a un oso hormiguero). “Siempre me asombra —escribió— la cantidad de personas, de diferentes partes del mundo, que parece no advertir para nada a los animales que les rodean”. Si algo podemos agradecer a estos días terribles es que han descorrido, al menos parcialmente, ese velo: ahí están, y siempre han estado, los animales, nuestros compañeros de planeta, cada vez más arrinconados, muchos de ellos en peligro de extinción, cohabitando con el rey de los depredadores: el ser humano. “A veces he conocido a gente tan interesante y tan peculiar que me he sentido tentado de abandonar a los animales y dedicarme a la antropología”, también escribió genialmente Durrell.

Nosotros nos guardamos y ellos salen, nosotros salimos y ellos se guardan. Esta dinámica es irresoluble, y saldremos definitivamente para que ellos se escondan definitivamente, pero ojalá no olvidemos la lección de los avistamientos, la presencia animal que sin titubear ocupó el espacio que le dejamos libre. Yo siempre he rumiado (vaya expresión) una idea desconcertante: soy tan libre como mi mascota. Escribo esto en el departamento del piso 18 de un edifico de 20 pisos que, de repente, me hace sentir hacinado. Nosotros nos trajimos hasta aquí, pero sé que en mi sangre aun hierve un hombre que dialogaba con las estrellas y cazaba para comer.

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