Thomas Mann publicó La muerte en Venecia en 1912. Como tantas otras obras literarias, la novela se ocupa de una epidemia. Lo que la distingue es la manera exquisita en la que liga el tema de la muerte con el de la belleza.
Gustav von Aschenbach, famoso escritor, decide pasar una temporada en la costa del Adriático para recuperar su vigor. Llega a Venecia y se hospeda en un elegante hotel junto a la playa. Ahí encuentra a una familia de aristócratas polacos que tiene cuatro hijos: tres jovencitas y un adolescente llamado Tadzio. El zagal es de una belleza deslumbrante. Aschenbach no se siente a gusto en Venecia. El bochorno le hace mal. Decide dejar la ciudad. De camino a la terminal se arrepiente de su decisión. No deja de pensar en el hermoso Tadzio. Por una confusión, no puede tomar el barco, entonces, acepta el fallo del destino y vuelve al hotel para admirar sin descanso al muchacho rubio. Aschenbach jamás habla con Tadzio, tan sólo una vez cruzan miradas; sin embargo, se obsesiona con el chico. Lo sigue por los callejones de Venecia, lo espía en la playa, lo observa en el comedor. Así pasan los días. Entonces llega una epidemia de cólera a Venecia. Las autoridades tratan de mantenerlo en secreto para que los turistas no se vayan, pero el olor del desinfectante invade la ciudad. El hotel se va vaciando, pero a la familia polaca parece no importarle o no saber lo que está pasando. Aschenbach decide quedarse en Venecia, a pesar del riesgo para su salud, para seguir cerca de Tadzio. El día que los polacos anuncian su partida de Venecia, Aschenbach, que ya está muy enfermo, observa por última vez el perfil del adolescente en la playa. Entonces cae muerto.
"Lo que nos presenta Mann es una tragedia provocada por la naturaleza de la belleza mundana, que es como un arma de doble filo. La belleza puede ser el puente que nos lleve hacia el mundo superior, pero también puede llamarnos, con su coro de sirenas, al fondo de la gruta. Por eso los poetas no son gente de fiar, diría Platón. Cuando estamos en su compañía, corremos el peligro de caer en la intriga de las pasiones"
Mann inserta en el diálogo interior de Aschenbach referencias a la filosofía de Platón. En algún momento, el personaje imagina un diálogo entre Sócrates y Fedro sobre cómo la belleza terrena puede llevarnos hacia la belleza eterna. La tarea del sabio es dar ese paso: inspirarse en criaturas como Tadzio, sin tocarlas siquiera, para entonces, elevarse en el camino del intelecto hacia la forma pura de lo bello. Sin embargo, Sócrates le advierte a Fredo que el poeta nunca puede desprenderse del influjo de Eros. En vez de ascender hacia el mundo de las ideas, las pasiones que alimentan su inspiración lo hacen descender hacia el abismo de los sentidos, de los cuerpos, de la corrupción. Aschenbach padece esa condena. En un primer momento, su encuentro con Tadzio es una promesa para recobrar la inspiración perdida, para iluminar su escritura agotada. Pero con el paso de los días, su pasión por el muchacho —casi un niño— lo hace hundirse en el fango de sí mismo; como la ciudad de Venecia, repleta de palacios, que está condenada a hundirse en el fondo de la laguna. El drama de Aschenbach no es moral: no es la inclinación hacia la pederastia homosexual. Su problema es metafísico. Lo que nos presenta Mann es una tragedia provocada por la naturaleza de la belleza mundana, que es como un arma de doble filo. La belleza puede ser el puente que nos lleve hacia el mundo superior, pero también puede llamarnos, con su coro de sirenas, al fondo de la gruta. Por eso los poetas no son gente de fiar, diría Platón. Cuando estamos en su compañía, corremos el peligro de caer en la intriga de las pasiones.
"Mann inserta en el diálogo interior de Aschenbach referencias a la filosofía de Platón. En algún momento, el personaje imagina un diálogo entre Sócrates y Fedro sobre cómo la belleza terrena puede llevarnos hacia la belleza eterna. La tarea del sabio es dar ese paso: inspirarse en criaturas como Tadzio, sin tocarlas siquiera, para entonces, elevarse en el camino del intelecto hacia la forma pura de lo bello"
El tema de la condición efímera de la belleza fue desarrollado por la poesía barroca española. En los versos de Góngora, Quevedo y Sor Juana, las flores son símbolos de la fugacidad de la vida y sus encantos. Pero la suerte de Aschenbach nos hace pensar en un rostro siniestro de la belleza. Así como hay flores hermosas que atraen con sus colores y sus fragancias a los insectos que luego devoran, hay seres humanos que nos embriagan con su belleza para después dejarnos derrotados. La novela de Mann lleva al límite esa línea de reflexión. Su mensaje es perturbador. La belleza es el sublime engaño de la muerte. Es la trampa que nos tiende para narcotizarnos antes de clavarnos su guadaña.
[caption id="attachment_1153508" align="alignnone" width="696"] Gustav von Aschenbach, interpretado por Dirk Bogarde, en la versión fílmica de 1971. Foto: Especial[/caption]